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sábado, 28 de noviembre de 2009

El Hijo Pródigo

Dicen algunos versados que Jesús, nuestro Señor, anduvo por nuestros pagos, predicando en las pampas argentinas en la época de Martín Fierro y el viejo Vizcacha. Se hizo de muchos discípulos, discípulos gauchos: “hombres de ley”, gente de palabra. Cuentan los aparceros que era un guen cantor, entonaba guenos versos pa explicarnos lo del Reino de Dios. Le gustaba el mate amargo en la rueda de amigos cerca del fuego que calentaba la pava de agua mientras se cocinaba una tortilla al rescoldo. Le gustaba enseñar, era un guen maestro, el mejor. Una vez alguien, en un mano a mano y entre mate y mate, le preguntó: “Mire don Jesús, no sé si Tata Dios me va a aceptar, vea que lo he tenido en el olvido por mucho tiempo. Y también compriendo que soy un pecador, y de acuerdo a lo que usté nos enseña, veo que no soy un trigo limpio, y de endeveras quisiera retornar a su amor.” En esto, uno de los convidados comenzó a puntear las cuerdas de su guitarra en tono de verso criollo pa acompañar a nuestro Señor, que de este modo le contestó:

El Hijo Pródigo
De “El Evangelio Criollo”
por Padre Amado Anzi (S.J.)
Tenía un padre dos hijos;
un día, el más joven de ellos
le pidió con atropello
la herencia que le tocaba,
porque el mundo lo empujaba
con sus mágicos destellos.

Y aquel padre entristecido
entonces le dio la herencia;
pero el hijo sin concencia
se le jué con toda calma,
dejando hincadas en su alma
las espinas de la ausencia.

Anduvo rodando tierra
sin recordar a su tata,
y derrochando la plata
en vicios y entretenciones,
cuerpiando las aflicciones
que tiene la vida ingrata.

Y se le jueron los pesos,
porque al fin todo se acaba;
llegó una penuria brava
por razón de carestía,
hasta el punto que faltaba
la menor proveduría.

Esa epidemia de males
lo agarró sin ningún cobre;
y pa aguantar el zozobre
se conchavó de boyero,
chiqueriando cerdos fieros
como el mendigo más pobre.

En tan triste situación
ni un poco de pan tenía;
y ni siquiera podía
comer en esa amargura
las algarrobas maduras
que aquellos cerdos comían.

Vestido de hilacha y mugre,
como un pobre pordiosero,
cavilaba día entero:
"¡Cúantos piones de mi tata
tienen pan y tienen plata,
mientras de hambre yo me muero".

Y entonces se dicidió
en medio de sus desvelos:
"Me levantaré del suelo,
iré al padre y le diré:
He pecado contra el cielo
y he pecado contra usté".
"Soy indino de ser su hijo,
tratemé como si juera
un mensual suyo cualquiera,
o como mejor le cuadre";
y hablando de esta manera
volvió a la casa de su padre.

Lejos estaba entuavía
cuando aquel padre lo vió,
pronto lo reconoció
y, acortando el largo trecho,
apretó al hijo en su pecho
y llorando lo besó.

"¡Padre mío yo he pecado
no soy digno de ser su hijo!";
pero el tata lo bendijo,
y mandó que le trajieran
las pilchas más domingueras
pa aumentar su regocijo.

"Faenen un guen novillo
pa hacer la carne con cuero;
haiga paz y guitarreros,
porque mi hijo descarriado
está de guelta a mi lado,
después que tanto lo espero".

Y empezaron los festejos,
en eso, el hijo mayor
que andaba de campiador
por los cercos de la estancia,
cayó justo en lo mejor
de esa alegre circunstancia.

Cuando supo que su hermano,
que al final llegaba vivo,
era la causa y motivo
de esa fiesta familiar
perdió tanto los estribos
que no quería pasar.

Le urgió el tata que dentrara;
pero él dijo con reproche:
"Siempre vivo día y noche
trabajando sin flojera,
y ni un cabrito siquiera
me permite que derroche".
"Pero al hijo perdulario
que le vació los bolsillos,
usté le carnió un novillo
pa festejar su llegada,
como si no jueran nada
los perjuicios de ese pillo".

"¡Hijo mío! -dijo el tata-,
son suyas las cosas mías;
pero el baile convenía
pa festejar a su hermano,
que volvió a darme la mano
al cabo de ingratos días".

Tata Dios es este padre
y aquel hijo, el pecador;
¡cuántas veces el Señor
espera a sus hijos malos,
y en lugar de darles palos
los recibe con amor!

¡Tata Dios! ando perdido
pero buscando su encuentro;
yo me hallo como en mi centro
solo en su amistá divina;
que naides siente la espina
como el que la tiene dentro.

¡Ay Tata Dios, Tata Dios!
que al hombre que se convierte,
en cambio de darle juerte,
le da su mano resuelta,
yo también estoy de guelta,
dolorido hasta la muerte.

Vuelvo a sus brazos abiertos
cubierto de fieras llagas;
y le doy mi vida aciaga
como en pago de su amor,
porque yo creo, Señor,
que amor con amor se paga.

El mundo es un Hijo Pródigo
que dejó su hogar paterno;
pero, aunque va pa el infierno,
sin embargo el corazón
siempre le hace comezón
pa volver al Dios Eterno.

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