Hemos aprendido que es muy preciso escuchar las "dos campanas” para conocer la verdad. Este argumento se practica en las cortes, mediante un juez que escucha al acusante y al defensor de la persona que comparece en un juicio. Además de esto, las palabras deben estar respaldadas por evidencias concretas que prueban la veracidad de sus dichos. Con estos elementos, el juez puede evaluar el caso y determinar el fallo correspondiente.
Un juez debe conocer las leyes, más aún, debe conocer y estar íntimamente familiarizado con “el espíritu de la ley”, para poder dar la correcta interpretación a lo que está en juicio; debe conocer también “la tradición judicial” que van presentando los jueces en sus fallos a través de la historia expresadas en la Jurisprudencia. Conocer las leyes, su espíritu y tradición, requieren de mucho estudio e investigación, que se inicia en la Facultad de Abogacía o de Derecho y jamás termina, aún con el título de abogado en mano.
El espíritu de la ley emerge desde la moral, y la moral exige conocimientos profundos de humanidad; la humanidad exige conocimientos de lo natural, y lo natural nos lleva a la pregunta fundamental del hombre.
Es por este motivo que un juez no debe pertenecer a una ideología, pues las ideologías son parciales y la parcialidad genera injusticias, determinando fallos cuestionables por ser relativos y no verdaderos.
Ser juez es un don, pues un juez debe ser el ejemplo ante él mismo y ante la sociedad toda de su total integridad como persona capaz de juzgar a otras personas. Es un don porque no es posible ser coherente mediante la aplicación de una técnica, sino por medio de una vocación de justicia que yace en lo más íntimo de la persona…
Estos son Jueces que “juzgan a personas” sospechadas de haber cometido algún delito. Pertenecen a uno de los tres Poderes del Estado llamado “Poder Judicial”.
Sabiduría, capítulo 1 (Biblia)“Exhortación a amar la justiciaAmen la justicia, ustedes, los que gobiernan la tierra, piensen rectamente acerca del Señor y búsquenlo con sencillez de corazón. Porque él se deja encontrar por los que no lo tientan, y se manifiesta a los que no desconfían de él. Los pensamientos tortuosos apartan de Dios, y el Poder puesto a prueba, confunde a los insensatos. La Sabiduría no entra en un alma que hace el mal ni habita en un cuerpo sometido al pecado. Porque el santo espíritu, el educador, huye de la falsedad, se aparta de los razonamientos insensatos, y se siente rechazado cuando sobreviene la injusticia. La Sabiduría es un espíritu amigo de los hombres, pero no dejará sin castigo las palabras del blasfemo, porque Dios es el testigo de sus sentimientos, el observador veraz de su corazón, y escucha todo lo que dice su lengua. Porque el espíritu del Señor llena la tierra, y él, que mantiene unidas todas las cosas, sabe todo lo que se dice. Por eso no podrá ocultarse el que habla perversamente, la justicia acusadora no pasará de largo junto a él. Los designios del impío serán examinados: el eco de sus palabras llegará hasta el Señor, como prueba acusadora de sus iniquidades. Un oído celoso lo escucha todo, no se le escapa ni el más leve murmullo. Cuídense, entonces, de las murmuraciones inútiles y preserven su lengua de la maledicencia; porque la palabra más secreta no se pronuncia en vano, y una boca mentirosa da muerte al alma. No busquen la muerte viviendo extraviadamente, ni se atraigan la ruina con las obras de sus manos. Porque Dios no ha hecho la muerte ni se complace en la perdición de los vivientes. Él ha creado todas las cosas para que subsistan; las criaturas del mundo son saludables, no hay en ellas ningún veneno mortal y la muerte no ejerce su dominio sobre la tierra. Porque la justicia es inmortal.
Concepción de la vida según los impíosPero los impíos llaman a la muerte con gestos y palabras: teniéndola por amiga, se desviven por ella y han hecho con ella un pacto, porque son dignos de pertenecerle.”
Jueces de Valores
Las personas, para no cometer delitos, deben juzgar actitudes y cosas. No juzgan a personas sino a las cosas que hacen las personas, para actuar y vivir correctamente imitando las cosas buenas y rechazando las malas.
Este tipo de juicio no es menos importante que el del Poder Judicial, pues el juicio de las cosas que hacen las personas conduce a hacer las leyes que luego ocupan los jueces del Poder Judicial.
Significa que las personas, que no somos jueces del Poder Judicial, debemos también estudiar e investigar tanto como ellos, con la diferencia que, mientras ellos estudian para saber cómo juzgar a las personas, nosotros debemos estudiar e investigar para saber cómo juzgar nuestras actitudes y las de los demás.
Las “dos campanas” también están presentes en el juicio de “las cosas”, pues debemos evaluar correctamente para poder determinar lo más conveniente. Este fallo tiene mayor magnitud que un fallo de la corte, pues mientras este puede mandarte a la cárcel a cumplir una condena, el otro “excluye definitivamente” cosas que no convienen a las personas, adhiriendo solo cosas buenas que acompañan “toda la vida”.
Había dicho que los jueces del Estado no deben pertenecer a alguna ideología, para determinar la verdad. Esto también es válido para el resto de las personas, pues para poder juzgar correctamente “las cosas” no lo haríamos con la verdad si pertenecemos a alguna ideología. Esto se llama “pluralismo” y divide a la sociedad. ¿Acaso el juicio de actitudes de un liberal a un marxista sería justo? ¿Por qué no se quieren entre ellos? La respuesta es muy simple, porque se juzgan en base de una parcialidad que es relativa y no verdadera.
Para hacer un juicio de valores se necesitan muchos conocimientos, venciendo continuamente nuestras ignorancias. Bien lo dijo alguien “Todos somos ignorantes, pero no todos ignoramos las mismas cosas”.
Cuando hacía referencia a que los jueces del Estado deben conocer las leyes y estar íntimamente relacionados con el espíritu de la ley; esto también se aplica a los “jueces de valores”, en el sentido que debemos conocer e investigar las cosas y estar íntimamente relacionado con el espíritu de ellas, esto significa que debo estar familiarizado con todas las cosas que me ocurren y ocurren a mi alrededor y conocer el espíritu de ellas, para poder juzgar si son convenientes. Debemos aprender a mirar más allá de las cosas que se muestran.
Así como ellos deben conocer la tradición de los jueces en su jurisprudencia, también nosotros debemos conocer los juicios de valores que se han dado en nuestra historia, tenerla en cuenta, nutrirnos de ella; y los juicios de valores en la tradición e historia de nuestros pueblos, y de ser posible la de todos los pueblos del mundo.
He dicho también que el espíritu de la ley surge de la moral, pues ocurre lo mismo con el espíritu de los valores, y al igual que en el otro caso, nos conduce al conocimiento de humanidad, esta nos lleva al conocimiento de lo natural que finalmente nos conduce a la pregunta fundamental del hombre.
Finalmente notamos que todos somos jueces y que todos necesitamos “vivir estudiando e investigando” para que nuestros juicios sean verdaderos, y de este modo “Vivir en la Verdad”.
Práctica de Justicia de Valores.
¿Cómo son mis actitudes hoy? ¿Cuáles de ellas adopto como compañera de la vida, y de cuales me libero para siempre? ¿Estoy haciendo mi juicio o lo vivo postergando como aquellos malos jueces que mantienen detenidas a personas que quizás sean inocentes?
¿Cómo son las actitudes y valores de los otros? ¿A cuáles de ellas las apreso para siempre en mi corazón y a cuáles otras las libero para siempre expulsándolas de mi vida?
¿Soy juez o cómplice? ¿Estoy a mi favor, o acaso soy amigo de esas cosas que me hacen daño y me arruinan la vida? Si no estoy seguro, entonces investigo, pregunto, estudio; y en cada caso exijo evidencias.
¿Soy injusto conmigo mismo? Quizás esta sea la pregunta que da respuesta a la felicidad.
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