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miércoles, 20 de abril de 2022

Acerca de la autoridad y del liderazgo político

Por Daniel Passaniti
Gentileza: Miguel Romano (Bs. As).

A nadie escapa que Argentina padece hoy una total ausencia de autoridad y de liderazgo, sumida en un proceso de decadencia moral, cultural e institucional inédito en su historia. Tal ausencia y decadencia no son más que consecuencia de varias décadas en las que se ha devastado la educación y la cultura, imposibilitando así la formación de dirigentes, de hombres cultos, idóneos y virtuosos capaces de conducir los destinos de la Nación.

Los líderes y los dirigentes sociales y políticos no se improvisan, hay que formarlos para que puedan llegar a ser tales, es por ello que ante la destrucción de la escuela, la negación del mérito en las aulas y la carencia de una educación perfectiva que posibilite la existencia de una élite aristocrática, la realidad no puede ser otra, la que la que hoy padecemos y padece toda la sociedad argentina.

Efectivamente, no puede haber dirigentes y líderes fuera de esa élite aristocrática porque ella supone y contiene a los mejores de espíritu, a aquéllos que se han formado y enriquecido ética, estética e intelectualmente (educación perfectiva) para ser más hombres, realidad que, lamentablemente, está muy lejos de los actuales estándares y aún más de los propios fines educativos de Argentina.

Ser líder supone tener determinadas capacidades y habilidades, entre ellas la habilidad de utilizar el poder y la autoridad que le confiere ese liderazgo en forma eficaz, eficiente, prudente y responsable para el bien de los que lidera. No obstante, también se puede ser líder, tener autoridad y poder para obrar en el mal y corromper esa misma autoridad y liderazgo, las prueba de ello están a la vista.

Si hablamos de autoridad política, el sostenimiento del orden público y la concordia social son, entre otros, presupuestos que legitiman ese poder en procura del Bien Común, entendido éste como el conjunto de condiciones sociales que hacen posible el desarrollo y la perfección de todos los hombres y de todo el hombre, y ello cae dentro del ámbito de la ética política. De modo tal que la masificación, la manipulación social y la corrupción que van de la mano del populismo demagógico que padece la sociedad argentina desde hace décadas, no hacen más que desconocer el valor moral del ejercicio del poder, el deber ser ético de toda autoridad política.

Ahora bien, ejercer la autoridad y liderar para el bien supone el ejercicio de tres potestades que hacen posible la efectiva consecución de ese bien, esto ratifica la necesidad de formar hombres virtuosos y capaces para el cumplimiento de tales cometidos y el ejercicio prudente de dicha potestad.
  • Potestad de orden: La sociedad es una unidad de orden y ese orden, entendido como la debida disposición de las cosas conforme su fin, proviene de la autoridad y se basa en el juicio objetivo, en el conocimiento de las cosas, de la misma naturaleza humana y de sus fines existenciales. El orden no es un sentimiento subjetivo y tampoco una construcción cultural, gobernar para el Bien Común supone un ordenamiento social ligado al orden de los fines y al deber ser de las cosas, no al capricho, a la voluntad, al interés o apreciación subjetiva de quien ejerce esa potestad o liderazgo.
  • Potestad de mando: El poder de mando que detenta toda autoridad tiene su fundamento en la misma naturaleza humana y en su ordenación al Bien Común, entendido éste como bien jurídico superior y distinto que potencia y plenifica el bien individual. Por cuanto, esta ordenación es condición necesaria para la plena realización de los fines existenciales.
  • Potestad de coacción: La potestad de coacción que tiene toda autoridad se funda en la caída y perversión de la naturaleza humana, en la conducta irracional del hombre en virtud de la cual su voluntad y sus actos se ponen en contradicción con el deber ser de las cosas y sus propios fines. Ninguna institución o sociedad funciona sin premios y castigos, de allí el poder de coacción, necesario para el cumplimiento del orden debido. La paz y la concordia social son fruto del orden, y no puede haber orden sino en la verdad, en el bien y en la justicia.

Como vemos, ejercer la autoridad, el poder y el liderazgo, más allá del carisma personal, exige formación y educación, exige hombres selectos no mediocres, hombres cultos, idóneos y virtuosos, para poder lograr el gobierno y el liderazgo de los mejores. A nadie escapa la imperiosa necesidad de una verdadera élite aristocrática para poder revertir, con el tiempo, esta decadencia y esta miseria espiritual, moral y social que le impide hoy a Argentina recuperar su vocación de grandeza y su voluntad de ser una Nación.

No hay nación real sin equipos corporativos, sin escuela de clases dirigentes (…) los elencos de altos funcionarios del Estado con graves responsabilidades públicas, requieren una preparación especial previa, habilitando de verdad a los periódicos representantes de la nación con experiencia política (…) Si no existieran, pues, en la historia de una comunidad que aspira al nacionalato, verdaderos próceres de carne y hueso portadores del desinterés, la fortaleza o el empuje guerrero; personajes puros, cuasi mitológicos, dignos de ser adorados por su pueblo y cantados por sus poetas, habría que inventarlos entonces ciertamente para lograr aquél propósito entitativo de ser una Nación y no una Factoría.”

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