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sábado, 24 de agosto de 2024

¿María es digna de adoración?


Es una pregunta que me hago ante algunas evidencias producidas desde la encarnación del Señor. Aquí presento algunos planteos:

* Al final presento un audio de todo este escrito, para los que les cansa leer 😁

·         En la Virgen el Verbo Divino se hace carne

Dios Hijo toma carne de la Virgen para iniciar su concepción humana. Esta carne debe ser inmaculada, purísima, virginal; el alma de esta Virgen debe estar perfectamente limpia, sin pecado alguno o sea llena de Gracia, llena del Espíritu Santo. Esto es así hasta instantes antes de la llegada de Dios Hijo en la encarnación. En el instante del milagro de la encarnación, el Espíritu Santo fecunda el óvulo de la Virgen iniciando la concepción de Jesús. Para que esto suceda, Dios Hijo se introduce en el óvulo de la Virgen junto al elemento fecundador del Espíritu Santo. Aquí comienza la concepción de Jesucristo.

Cuando Dios Hijo toca el óvulo de la Virgen tuvo que hacerle dar, en su humanidad, un enorme salto de santidad a la Virgen para poder encarnarse en ella y comenzar su proceso humano. Significa que a la Virgen no le alcanza todo lo que era hasta este momento porque no era solo una visita de Dios, sino que Dios Hijo comienza una nueva existencia en la carne humana. Debe elevarla dando un salto muy grande a la realidad humana de la virgen para que Él pueda asociarse a Ella y así iniciar la concepción del Hombre Divino.

Aquí comienzan a existir la carne de Cristo, el alma de Cristo, con el Espíritu de Dios Hijo que existe desde siempre y sin modificación alguna.

Por lo tanto, el alma de la Virgen debe ser semejante al alma de Cristo, para ser compatibles. ¿Acaso iguales? Es posible. La diferencia está en el espíritu. En la Virgen es el espíritu de María y en Jesús es Dios Hijo.

La Virgen es criatura o sea creada por Dios, significa que Ella no puede ser Diosa.

Aun así, esta condición humana de la Virgen es mucho más alta que la de cualquier ser humano e incluso más de lo que ya era la Virgen antes de la encarnación del Hijo de Dios.

Repasemos: Antes de la encarnación del Verbo Divino Ella fue concebida sin pecado original ni cualquier otro, es inmaculada, pura, virgen en cuerpo, alma y corazón. Hasta aquí ya es superior a cualquier mujer y a cualquier hombre. Durante su crecimiento, no sabemos si cometió algún pecado por más mínimo que sea, de pensamiento, palabra, obra u omisión, así fuese un pequeño pecado venial; de ser así, no estaría al ciento por ciento llena de gracia; pero esto no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que cuando el Ángel la visita Ella está llena de gracia al ciento por ciento. Esto significa que: o se mantuvo llena de gracia durante todo su crecimiento o cuando el Ángel la visita, en ese instante, Dios la llena totalmente de su Gracia, levantando su grandeza hasta los cielos. En este instante hay una transformación en la Virgen que la pone por encima de toda la creación, significa que el hombre es tan pequeño que resulta insignificante frente a Ella. Con esto Dios mismo la santificó, incluso, antes de la encarnación del Verbo Divino.

Hasta aquí ya es digna de admiración, de alabanzas, de respeto, de amor; aunque todavía es criatura, todavía no es hija de Dios por no existir, hasta el momento, el Hijo de Dios hecho hombre por el cual, solo en Él somos hijos de Dios.(* ver al pie).

Luego del reconocimiento del estado de gracia en la Virgen o de haberla saturado, en ese instante, de la Gracia de Dios, viene el segundo paso, el consentimiento de recibir en su seno al mismo Dios Hijo, para que sea hijo de Ella también. Aquí hay otro salto de realidad en la Virgen, de modo tal, que pueda resistir la presencia del Infinito en su seno, sin destrozarse volando en mil pedazos ante tamaña presencia. Debe ser equivalente al mismo Dios y de ninguna otra manera, porque: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que va a nacer será santo y le llamarán Hijo de Dios.” (Lc 1, 35).

Cuando se da este acontecimiento, la Virgen debe ser santa, para que su carne sea la carne del Santo, porque Jesús fue engendrado y engendrar significa: “dar vida a un nuevo ser” o también: “es dar vida a alguien de su mismo ser y substancia”. Participan en esto, la Virgen en una parte y Dios en otra asociándose en conjunto para lograr una sola y única cosa: el Hombre Divino o también por el mismo Jesús dicho: “el Hijo del Hombre”, siendo al mismo tiempo “el Hijo de Dios”.

 

·         La Virgen es exaltada

Luego de la encarnación del Verbo Divino, a los pocos días de la concepción, la Virgen es exaltada, alabada, felicitada. Adorando al Niño que se estaba formando en su vientre, al llamarlo mi Señor (adoración), y a ella, la Madre de mi Señor (alabanza). Revisemos: “Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!»” (Lc 1, 41-45).

 

·         Consagración a María

Existen varias oraciones para ello, según distintos santos, como por ejemplo la siguiente:

Oración de consagración de San Luis de Montfort:

“Yo, (nombre), pecador infiel, renuevo y ratificado en vuestras manos los votos de mi bautismo. Renuncio para siempre a Satanás, a sus pompas ya sus obras, y me entrego enteramente a Jesucristo, la Sabiduría encarnada, para llevar mi cruz tras El todos los días de mi vida. Y a fin de que le sea más fiel de lo que he sido hasta ahora, os escojo hoy, ¡oh María!, en presencia de toda la corte celestial, por mi Madre y mi Señora. Os entrego y consagro en calidad de esclavo mi cuerpo y mi alma, mis bienes interiores y exteriores, y aun el valor de mis acciones buenas pasadas, presentes y futuras, otorgándoos un entero y pleno derecho de disponer de mí y de todo lo que me pertenece, sin excepción, a vuestro agrado, a la mayor gloria de Dios, en el tiempo y en la eternidad. Amén”.

En esta oración, ¿se presentan signos de adoración a María? De ninguna manera, solo son signos de entera confianza, porque. Si Dios le ha confiado su único Hijo y en Él toda la salvación, entonces, ¿quiénes somos nosotros para no confiar plenamente en Ella?

¿Qué nos enseña el Catecismo de la Iglesia católica respecto de la adoración?:

“2628. La adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador. Exalta la grandeza del Señor que nos ha hecho (cf Sal 95, 1-6) y la omnipotencia del Salvador que nos libera del mal. Es la acción de humillar el espíritu ante el “Rey de la gloria” (Sal 14, 9-10) y el silencio respetuoso en presencia de Dios “siempre [...] mayor” (San Agustín, Enarratio in Psalmum 62, 16). La adoración de Dios tres veces santo y soberanamente amable nos llena de humildad y da seguridad a nuestras súplicas.”

 

·         Dios Hombre debe ser glorificado

“Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese.” (Jn 17, 5).

“Jesús les respondió: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo de hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto.” (Jn 12, 23-24).

“La gente le respondió: «Nosotros sabemos por la Ley que el Cristo permanece para siempre. ¿Cómo dices tú que es preciso que el Hijo del hombre sea levantado? ¿Quién es ese Hijo del hombre?»” (Jn 12, 34). Pero se puede leer más completo en Jn 12, 20-36.

En Jesucristo hombre se muestra lo que se ve, lo que se siente, pero, ante todo, lo que se revela al observador. ¿Cuál es la imagen de Dios en la mente de los hombres, en su imaginación? Nunca quedará satisfecho con lo que se muestra, simplemente porque el hombre ya se ha dibujado un dios en su mente y en su imaginación, luego sale a la búsqueda de ese dios que él mismo se ha creado y lo quiere encontrar tal cual como se lo imagina, aunque no se da cuenta que ese dios es creación suya y no el verdadero que ha creado a todo el universo.

¿Por qué los judíos no creen en Jesús? Porque ellos dicen que es diferente a Dios. ¿Cómo lo saben? ¿Alguna vez vieron a Dios? No. ¿En qué dios creen? ¿El real o el imaginario? Esta actitud no es sola de los judíos, sino de todos los que ven en Jesús solo un hombre.

El hombre posee carne y espíritu, cuerpo y alma, en una única persona. En esta única persona puede dominar la carne o el espíritu, según la voluntad que, libremente, adopta en el desarrollo de su vida.

Si su voluntad obedece a la carne, se dice que es un hombre carnal o de mundo, pero si obedece al espíritu se dice que es un hombre espiritual que domina su carne en función de su espíritu.

El Espíritu Santo fecunda el óvulo de la Virgen e introduce a Dios Hijo, que es espíritu. Aquí se inicia, en la Virgen, la concepción del Hijo del hombre con el Espíritu de Dios.

Las dos realidades son verdaderas, haciendo de ellas una sola persona que es verdadero hombre y verdadero Dios llamado Jesús, el Cristo.

¿Qué se ve cuando se lo mira a Jesús? Solo se ve un hombre. No se ve el espíritu, simplemente por ser invisible, entonces muchos caen en la falsa conclusión de que Jesús es solamente un hombre y no tiene nada de Dios, en un juicio tan simplista que carece de inteligencia.

¿Cómo debemos mirar a Jesús? Por sus obras.

Aquí notamos con total claridad que es un hombre espiritual, significa que su voluntad obedece al espíritu, pero ese espíritu es Dios Hijo, entonces este hombre-Dios puede caminar sobre las aguas, calmar tempestades, multiplicar los panes, sanar cualquier enfermedad, resucitar muertos, perdonar los pecados, transfigurarse, mostrando su divinidad; soportar voluntariamente su pasión y su cruz, redimirnos universalmente, resucitar y ascender al cielo a ocupar su trono a la derecha del Padre que lo ha glorificado con la misma gloria que tenía antes de hacerse hombre.

¿Qué ves cuando miras a Jesús?

Míralo con inteligencia y verás que en Él hay algo más que un hombre. Míralo con amor y verás a Dios.

 

Al Hijo del hombre todavía le falta ser glorificado y esto ocurre con la muerte y resurrección. Aquí ocurre la transfiguración, donde la carne de Cristo es glorificada, puede ingresar a una habitación sin necesidad de pasar por la puerta, aparece con una apariencia distinta a la que tenía antes de su muerte y solo se daban cuenta que era Jesús por sus obras. Podía consumir alimentos si lo deseaba, aunque no era necesario; podría también aparecer en cualquier parte sin necesidad de trasladarse hacia allí; podía ocultarse en el pan o tomar cualquier apariencia. De este modo se hace presente en el pan y vino de la Santa Eucaristía y luego en los que comulgamos.

Llega del cielo siendo Dios (espíritu), luego regresa al cielo siendo Dios-Hombre glorificado.

La Santísima Trinidad ha incorporado a su trono al hombre en Dios Hijo. Ahora el hombre glorificado es parte de la Santísima Trinidad en el lugar de Dios Hijo.

En la concepción Dios se hace hombre y en la resurrección y ascensión al Trono del Altísimo el hombre se hace Dios.

 

·         ¿Qué ocurrió después?

Jesús resucita, es glorificado, asciende a los cielos, se sienta a la derecha del Padre y llega Pentecostés, donde el Espíritu Santo desciende sobre María y los Apóstoles como lenguas de fuego.

Aquí hay un enorme salto de evolución humana en los Apóstoles por la acción del Espíritu Santo, haciéndolo evidente para todos los presentes, en sus conductas y en sus acciones. En la humanidad de la Virgen también ocurre esto que la lleva a una mayor perfección durante todo el resto de su vida terrenal.

Al final de su tiempo terreno la Virgen muere, temporalmente, luego es resucitada para su asunción al cielo y al Trono de Dios. Cuando es resucitada debe ser glorificada para ser asumida por el Altísimo.

La Virgen María cuando es glorificada, también se transfigura su cuerpo para ser ascendida al cielo. Al cuerpo de la Virgen le ocurre lo mismo que al cuerpo carnal de Cristo. Ella es la segunda humana que habita en el Trono del Altísimo y se sienta a la derecha de su Hijo, que es también Hijo de Dios. Es coronada y declarada Reina y Madre de toda la creación, por encima de todos los ángeles y de todos los santos.

A la Santísima Trinidad se le han incorporado dos integrantes más: el Hombre en Cristo y la Mujer en su Madre.

El trono del altísimo está por encima de los coros celestiales, significa que la Virgen, al estar a la derecha del Hijo de Dios, también está por encima de todos los coros celestiales, de todo el Ejército Celestial; y al ser coronada como Reina de toda la creación: cielo, tierra, mares y todo lo que los llena, es Reina de todos los ángeles, santos y criaturas.

 

·         ¿En qué trono reina la Virgen?

Ella no tiene un trono aparte. Se sienta a la derecha de su Hijo. Es reina en Cristo y no es una reina individual. Están siempre juntos colaborando con su Hijo, Rey de reyes y Señor de señores.

La Reina cumple con la misión que el Rey le encomienda, por eso la vemos muchas veces en el mundo, por eso intercede por nosotros, por eso quiere nuestra conversión para lograr nuestra salvación, que es voluntad de Dios.

La Santísima Virgen María no está allí para ser adorada, sino para hacer la voluntad de Dios como reina. Y aunque sea posible Ella no quiere adoración y le molesta profundamente si alguien lo hace. Rechaza de plano toda adoración que cualquiera podría ofrecerle, por lo tanto, nadie debe adorarla y les cuento por qué:

Recordemos que cuando Jesús era muy pequeño, los sabios de oriente (reyes magos), fueron a adorarlo y le dieron obsequios.

Lo adoraron en brazos de la Virgen y a sus pies dejaron sus tres obsequios: oro, incienso y mirra, siendo el oro el reconocimiento de la deidad, que Él es el Rey de Reyes; el incienso es aquel que perfuma el trono de aquel que es digno de alabanzas y adoración; y la mirra es el gusto amargo de su pasión y muerte.

María se siente más complacida con la adoración a su hijo en sus brazos que si acaso la hubiesen adorado a Ella misma. En la adoración a su hijo está la plenitud del gozo de su madre.

Ella está sentada a la derecha en el trono de su Hijo. Cuando adoramos a su Hijo la llenamos de gozo, de alegría, de felicidad, de gloria y de plenitud a su Santa Madre que se deleita en su Hijo, siendo Ella quién recibe todos los obsequios que a su Hijo le dejamos en la alabanza y en la adoración.

¿Cómo podemos adorar a nuestro Señor?

En la contemplación de su pasión, crucifixión y muerte, le estamos obsequiando la mirra de los reyes. Cuando contemplamos su resurrección le estamos obsequiando el oro de la deidad para el Rey de Reyes; y cuando hacemos un buen examen de conciencia, luego acudimos al sacramento de la confesión y cumplimos la penitencia en acción de gracias, le estamos obsequiando el incienso, con el cual lo declaramos digno de alabanzas y de adoración.

Pero, si asistimos a la Misa le estamos obsequiando los tres regalos: oro, incienso y mirra en una misma celebración eucarística en este máximo sacrificio de alabanza, gloria y adoración.

Ella no está para ser adorada, ni tampoco lo desea, porque se perdería todos los deleites de gozos y alegrías que recibe a través de la adoración a su Hijo. Amén.

 Juan C. Starchevich


Nota al pie (*): En el momento de la fecundación del óvulo de la Virgen, quien fecunda ese óvulo es el padre del niño, significa que la Virgen es esposa del Padre de Jesús. Finalmente tenemos que Dios Padre es el padre del Niño Jesús, en carne y espíritu. Quiere decir que es el padre del Hijo del Hombre, que también es Dios Hijo. Es el Padre de Dios hecho hombre y la Virgen es la madre del Niño Jesús en carne y espíritu que se hacen un solo hombre. Por lo tanto la Virgen María es la Madre de Dios Hijo y esposa de Dios Padre por acción del Espíritu Santo.
La Santísima Virgen María es también esposa del Espíritu Santo, desde el punto de vista de la íntima unión que ella tiene con él. Al estar María llena de Gracia eternamente, existe un compromiso de fidelidad perpetua en esta íntima unión. Donde está María está el Espíritu Santo, desde lo más profundo de su ser, por toda la eternidad.

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