Gentileza: Alberto Colella
por Jorge MiliaQue a una misma hora las principales entradas de la ciudad de Buenos Aires hayan sido cortadas por grupos piqueteros, no es una casualidad sino una clara maniobra de ensayo de una trombosis al asiento del poder.
Para ellos los argumentos de los perjuicios provocados al público no dejan de ser anecdóticos. A quienes orquestan estos simulacros no les preocupan ni los tienen en cuenta. Para ellos lo verdaderamente significativo es:
- la toma de tiempos en el desplazamiento de su gente;
- determinar las dificultades que cada uno de los cortes conlleva en términos de logística y acción;
- registrar los tiempos de respuestas de las fuerzas que posiblemente pudieran reprimirlos y
- eventualmente enviar al choque un grupo pequeño o individuos autónomos en la búsqueda de una victimización, o al menos como una prueba de posible respuesta.
El problema radica que en seis años y medio las lealtades se fueron tamizando y muchos se dieron cuenta de que habían sido utilizados. Así algunos – apoyados por la caja – consolidaron su adhesión, como los comandados por D’Elía y Pérsico. Pero otros, desplazados, ninguneados, se tuvieron que replegar y ahora vuelven por sus fueros.
Para ellos todavía no es la hora pero saben que los éxitos no son productos de la improvisación. Todo este desplazamiento de gente, las colas interminables, la inestabilidad emocional de los ciudadanos es sólo un clima al que hay que acostumbrarse. No son otra cosa que ensayos. Cuando llegue el momento los palos que hoy esgrimen serán caños y algo más, estarán transformados en tumberas; las bombas de estruendo serán molotovs y los vehículos detenidos se transformarán en enormes parapetos incendiados.
Esto, lejos de ser una visión profética, es una conclusión que se puede sacar leyendo cualquier manual sobre control de masas. No es otra cosa que la bestia que alimentó el mismo Kirchner, el problema (no sólo del gobierno sino de todos) es que ahora la bestia se sacó la cadena y es difícil seducirla con galletitas. Vendrá por más Y lo peor es que su control está lejos de cualquier maniobra del gobierno. Comandada por celulares las acciones de esta masa desbocada no tendrán otro límite que el que impongan sus ideólogos. Y cuando el gobierno se decida a actuar será muy tarde para hacerlo ya que perderá tiempo precioso evaluando si reprimir es político o impolítico.
Empujados a la anarquía los argentinos estamos viendo un resquebrajamiento social y moral como nunca hubo. Posiblemente similar o mayor que el de los 70, con la diferencia de que hoy la anarquía es más profunda y las fuerzas están atomizadas, salvo para estos que manejan los celulares y desplazan sus desastrados contingentes por donde se les plazca, haciendo daño a los que no pueden defenderse.
Tal vez sea la hora de que el ciudadano común comience a pensar en su propia supervivencia. El Estado, que armó y alentó a estos insurrectos, no vendrá en su ayuda.
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