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domingo, 14 de noviembre de 2010

Entre Barrabás y Jesús

Aquí se marca una divisoria que confunde a los hombres que optan por un ideal, pues por pretender seguir a uno se corre el riesgo de seguir al otro, y en muchos casos a ambos, generando una confusión en los objetivos y en el modo de caminar. Esto se traslada a la vida personal de cada caminante marcando una dicotomía constante que lo introduce y lo hace vivir en el mundo de la incoherencia.

Veamos cómo se produce y desarrolla el encuentro entre Jesús y Barrabás. Recordemos que Jesús era también la esperanza de aquellos que querían liberarse de los romanos mediante la espada, los Zelotes, quienes tenían como líder a Barrabás. Los zelotes eran una especie de secta perteneciente al pueblo judío, semejante a lo que hoy se conoce como “gremio”, sea dentro del mundo de los obreros, productores, profesionales,… tenían sus propios códigos y conductas dentro de la interpretación de la fe. Ellos esperaban al “Mesías”, un mesías que sea de ellos, un mesías que les dé la razón, que sea “orgánico” a la política establecida por ese “gremio” zelote; un mesías que desarrolle su política establecida por ellos y, bajo esos principios, que los conduzca para liberar al pueblo hebreo de los romanos expulsándolos mediante la fuerza.

El Mesías, sin embargo, tenía en mente otra cosa, una estrategia diferente, producto de un corazón diferente que hace también una mentalidad diferente. Aquí nace “el principio de la conversión” que se expresa desde el punto de vista de la “metanoia”, pues convertirse no solo significa seguir a Cristo sino además cambiar el corazón y la mentalidad, la razón debe purificar la fe; la fe debe purificar al corazón y el corazón debe purificar al mundo. La fe y la razón conducen al corazón, nace la esperanza. El corazón es signo de amor que con la fe y la razón dan motivos concretos de esperanza. Por ello el amor es la virtud más importante, por ser cimiento de metanoia que libera, da alegría y felicidad.

El Mesías funda su doctrina en tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad (amor), que producen metanoia en el hombre y en el mundo.

El encuentro entre Barrabás y Jesús se presenta de este modo: Jesús estaba en el Templo de Jerusalén, cuando Barrabás se entera de su presencia. Barrabás acude de inmediato a encontrarse con Él y le propone que Jesús sea el líder de ellos, poniendo a su disposición todos sus hombres y sus espadas para vencer a los romanos, pues Barrabás y el resto de los zelotes estaban bien anoticiados de todos los prodigios realizados por Jesús, y su reciente resurrección de Lázaro, entonces estaban seguros que con Jesús, como General de su ejército guerrillero, vencerían a la “dictadura romana” para luego ejercer el gobierno de la nación los zelotes.

Jesús le responde a Barrabás, diciendo que quién quiera seguirlo a Él deberá a “amar a sus enemigos”, “perdonarlos”, “cargar con sus pecados”… Todo esto sorprende de gran manera a Barrabás y decide retirarse apartándose de Jesús para luego iniciar Barrabás con sus zelotes una rebelión donde matan a algunos romanos, pero los zelotes han sido muy rápidamente derrotados y Barrabás terminó en la cárcel a disposición de las leyes romanas.

Por otro lado y en circunstancias diferentes, Jesús también ha sido encarcelado. Luego viene el momento donde Pilatos y “el pueblo” aparecen en escena. Se dispone la elección popular de la libertad de uno de los dos presos; que el pueblo decida la libertad entre Jesús y Barrabás. El pueblo libertó a Barrabás y condenó a muerte a Jesús.

¡Cuántos cristianos siguen hoy a Barrabás!

Los tercermundistas, los de la teología de la liberación, los que con la espada buscan la paz, los que se interesan más por el reino del mundo ante el reino de los cielos, los que pretenden utilizar a Dios como al Genio de la Lámpara de Aladino –al igual que los zelotes-, los que pretenden cambiar la iglesia en función de los cambios del mundo –desde el punto de vista de su esencia, más allá de los necesarios cambios de metodología pedagógica que la iglesia por sí misma los realiza-…

Quién sigue a Jesús debe ser santo, su vida debe ser oración. La oración pone al que reza a la derecha de nuestro Señor. Estar a la derecha significa oír lo que Él dice, solo de este modo podemos conocer su voluntad. Aún así, existen muchas cosas dichas por nuestro Señor a través de tantos que han rezado en la historia y se han mantenido fieles a Él obteniendo una vida de santidad y aportando a la iglesia todo lo “escuchado” de nuestro Señor. Todo esto ha sido guardado depositándolo en la iglesia, siendo esta la más grande fortuna y riqueza que la iglesia Católica dispone, por lo tanto, ninguno de los seres vivientes tiene más años de cristianos que lo propia iglesia. Esto significa que yo con mis cincuenta años de vida no puedo jactarme de tener más conocimientos que los más de dos mil años de vida, experiencia y santidad de la Iglesia Católica, por lo tanto, si quiero obtener respuestas de Dios debo leer lo que se ha escrito a lo largo de toda la tradición de nuestra iglesia. Para hacerla más clara digo: ¿Acaso querés inventar lo que ya se ha inventado?

Por ejemplo: si tengo vocación en las ciencias físicas, ¿me voy a romper la cabeza en pretender descubrir por mí mismo las leyes gravitatorias por pereza de leer un libro donde existen las explicaciones de este tema? La inteligencia y el sentido común indican que debo estudiar lo que ya está hecho y ponerme a pensar lo que todavía falta.

La iglesia ha tomado y seleccionado todas las escuchas del orante Pueblo de Dios convirtiéndolas en distintos documentos de la Iglesia y en un libro que se llama “Catecismo de la Iglesia Católica”. Debemos estudiarlo, conocerlo, interpretarlo, para luego sumar a él nuestras propias experiencias que Dios, nuestro Señor, irá aportando al mundo de hoy. Recordemos que Dios está vivo y presente hoy al igual que en toda la historia.

Había dicho que para seguir al Mesías es imprescindible “orar”, y luego descubrimos que también debemos “estudiar”.

El estudio me enseña a perfeccionar mi oración, la oración me permite entender, comprender, lo que estudio.

Estudiar sin oración convierte a la fe católica en una simple ideología, la saca de su contexto. A los sacerdotes los convierte en “profesores de moral” incapaces de concebir el sentido sobrenatural, los convierte en políticos del mundo, en seguidores de Barrabás.

Cuando se estudia y se aprende, se tiene la necesidad de expresarlo a los demás. El conocimiento hace fuerza en nosotros para que lo liberemos. Solo quedamos en paz cuando la compartimos con los demás. Esto significa que debo compartir con otros lo que Dios me ha dado a conocer. Significa que debo salir de mí y de mi casa para ir hacia los demás y contarle la buena nueva. Significa que debo ir cambiando mi modo de vida, mis actitudes, mi cultura, en función de la novedad. Todo esto se entiende como “acción”.

La acción sin oración me conduce a un simple activismo ideológico que poco a poco me aparta de la voluntad de Dios y terminamos siguiendo a Barrabás bajo alguna excusa de la mentalidad del mundo. Entonces los sacerdotes se hacen políticos, se olvidan del sacramento de la reconciliación que da como consecuencia la pérdida del verdadero valor de la Eucaristía haciendo de su vida una continua profanación al Cuerpo y Sangre de Cristo.

El cristiano que no reza se está adiestrando en las filas de Barrabás.

El equilibrio del cristiano se basa en un trípode, cuyas patas son: Estudio, Piedad (oración), y Acción. Si no se hacen las tres, aún cuando una o dos de ellas las haga mucho, significa que se las está haciendo mal, solo se está perdiendo el tiempo.

Podemos verificar nuestro estado en función de este trípode, pues si una de ellas la hacemos en modo correcto, esta nos llevará a las otras sin abandonar a la anterior.

La suma de todo esto se llama “Alabanza a Dios, nuestro Señor”, que viene desde nuestra “Acción de Gracia” mediante el estudio, piedad y acción; embarazando al hombre y al mundo de Fe, Esperanza y Caridad (Amor).

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

Juan Carlos de la Santísima Trinidad.

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