lunes, 1 de abril de 2024

El cuerpo de Cristo es diferente antes y después de la resurrección

    En esta semana santa del 2024, luego del vacío que se experimenta el viernes santo y que continúa el sábado, incluso durante la vigilia de resurrección, es una gracia de Dios que nos permite esos sentimientos tan dolorosos, como de muerte, de soledad, que nada lo llena, nada lo consuela, por la simple razón que Jesús ha muerto, ya no está con nosotros, estamos solos. Son sentimientos extraños que hacen perder el sentido de la vida; ni siquiera dan ganas de llorar, es mucho más profundo que eso, de tal modo que si no hubiese esperanza en la resurrección del Señor, sería mejor morirse.

    Solo la esperanza en la resurrección permite seguir caminando arrastrando esa nada que nos posee en nuestro interior.

    Jesús nos regala esos sentimientos que tenían sus discípulos en aquel tiempo de la historia cuando ocurrieron los hechos. Nos lleva a esos tiempos, nos hace vivir esos momentos con la total realidad de su pasión y muerte, como también de su ausencia. Es una gracia muy preciosa que nos deja vacíos, porque quizás nuestro Señor nos limpia nuestro corazón y nuestro interior quitando todas esas cosas que no nos sirven para nada e impiden caminar con Él en este proceso de continua conversión.

    El domingo, Pascua de Resurrección, fui a misa por la mañana y, al mirar el altar, se muestra a Cristo en la cruz en la pared del fondo. Este Cristo me dio a pensar que hay diferencia entre el cuerpo de Jesús que andaba entre la gente y el cuerpo del resucitado. Aunque el Cristo es el mismo, hay algo diferente. Veamos:
  • En primer lugar, Dios se hace hombre, toma carne inmaculada de María y se expresa de ese modo. Es un hombre Dios donde predomina el hombre, necesita alimentarse, dormir, relacionarse, se alegra, se conmueve, sufre,… Es un hombre, sin dejar de ser Dios, pero todos solo ven al hombre, aunque crean que viene de Dios. La carne encierra a su divinidad que solo se mostró a tres de ellos en su transfiguración. El resto solo lo advertía en sus milagros o por revelación del Padre. Cuando muere en la cruz, solo muere su carne, no muere Dios. Desaparece ese amigo, maestro presente de modo humano y corriente acostumbrado que descansa en un sepulcro corriente hasta el tercer día, donde se produce el gran milagro, el mayor de todos, su resurrección.
  • En segundo lugar, Dios resucita su carne inmaculada. Es Dios, sin dejar de ser hombre. Es la primera vez que se conoce la siguiente declaración “Señor mío y Dios mío”. Aunque su divinidad es la misma, su carne es diferente; ya no necesita comer pero si quería lo hacía, no necesita mostrarse como hombre, pero si quería lo hacía. Ahora es Dios Hombre. Ahora podemos comer su carne y beber su sangre, antes no se podía. Ahora su carne y su sangre tienen un significado diferente, todos podemos comer su carne y beber su sangre.

    Ese cuerpo resucitado está presente en el pan y vino de la Santa Eucaristía, presentes en todo el mundo, ya no necesita desplazarse de aquí para allá humanamente, sino que, de modo divino, está en todas partes al mismo tiempo en la Santa Eucaristía, en el Santísimo Sacramento del Altar, en cada hostia consagrada.

    Antes, el cuerpo contenía a Dios, ahora, Dios contiene al cuerpo. Significa que cada vez que comemos de su cuerpo y bebemos de su sangre se va transformando nuestra humanidad en humanidad de Cristo, nos hacemos uno en Él. Es su divinidad que nos contiene a todos en una unidad en común, en comunión.

    Estas cosas cualquiera diría, ya las conozco, ya lo sabía, aunque nunca se ha sondeado debidamente la profundidad de este gran misterio.

Juan C. Starchevich

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