miércoles, 27 de octubre de 2021

Resonancia en el alma

Novela en crudo

por Juan C. Starchevich

Novela familiar que relata la vida de una mujer empresaria, esposa y madre que vive el conflicto del amor obstaculizado por los negocios y la falta de tiempo en atender esta otra empresa de la vida, que aún sin ser comercial, es tanto o más importante que la otra porque la vida sin amor es como la otra empresa sin dinero.
Entre otras cosas de la vida que más adelante se las voy narrando.

Que lo disfruten!




Segunda Sección




Capítulo I

Mañana fría, nieve en las calles y oscuro sentimiento en el corazón de esta mujer que ha quedado sola dentro de una ciudad llena de gente muy lejos de ese interior personal atrapada en una dimensión donde nadie oye sus gritos. Dimensión cerrada donde nadie puede ingresar a acompañarla para dar el consuelo necesario en ese desgarrador pedido de auxilio de esta alma atrapada en la soledad y en la culpa.

La empresa continúa su trabajo con su ejército de empleados y directores con sus insensibles proyectos de crecimiento y competencias que enajena la mente descuidando el corazón y sentimientos personales que congelan en el tiempo a las personas que ya se están olvidando de vivir humanamente.

Ella conducía la empresa cuando irrumpe en su vida ese trágico accidente que desnudó su alma y descubrió que estaba sola desde hace mucho tiempo al dejarse llevar por esa pasión tan conmovedora que la hacía mirarse a sí misma haciendo invisible a los demás tan solo por una simplificación estructural en pensar que los amados ya están amados como una tarea resuelta que le permite explorar nuevos horizontes conquistando nuevas metas. Ella pensaba que el amor es tan simple que una vez amado ya continua solo tal como al poner en marcha un motor permanece en marcha por sí mismo mientras sus amados lo conducen permitiéndole viajar en el asiento trasero como una importante pasajera que mira al infinito impidiendo ver con nitidez a los que viajan a su lado.

Congeló el amor como esa nieve blanca y hermosa que se ve como un bello cuadro desde el ventanal de un cálido cuarto con un solo espectador distraído en sus cosas pensando que jamás dejará de nevar y esa nieve bajo la luz de la luna permanecería para siempre tal como en el momento que la contempló.

Agustina se puso rebelde en esa familia donde no encontraba el amor de su madre en las confusas observaciones de una joven adolescente que exigía mayor atención en una protesta expresada con tatuajes en el cuerpo y símbolos de muerte estampados en sus prendas que vestía mostrando a todos que el sentido de la vida es una total estafa plagada de la hipocresía de un amor que no existe. Esta hermosa jovencita ha transformado el hermoso rostro de la vida en una horrible calavera que ocupaba todo el frente de su remera, modificó también su cabello con un aspecto más propio de los habitantes de la oscuridad en esta irritante realidad llena de insatisfacciones. Con hiriente desprecio a ella misma y al mundo continuó con su estado de protesta maquillando su rostro como recién salida de la muerte con pinturas oscuras y objetos incrustados en su nariz y su boca.

Victorio con su mansa presencia esbelta y varonil notaba que su juventud y su gran atractivo como hombre no lograba llamar la atención de su esposa atrapada en la dimensión de su trabajo y su empresa donde él también era integrante del equipo de trabajo junto a Jasmine, joven, fresca y muy atractiva mujer que contorneaba su cuerpo en su seductor caminar en presencia de Victorio.

Hortensia conducía la empresa con una habilidad magistral manejando los hilos principales de una gran organización extremadamente efectiva. Joven mujer hermosa de sedoso cabello negro suelto y abundante que se extendía hasta debajo de sus hombros, rostro fino y delicado, ojos claros casi grises, cuerpo esbelto con curvas envidiables y vestidos muy entallados que mostraba una tentadora figura que caminaba con una gracia muy particular sobre unos finos zapatos de tacos altos.

Cosax comenzó a crecer bajo la conducción de Hortensia transformándose en una empresa amenazante para la competencia a tal punto que la hacía muy atractiva para Romano, dueño de la empresa FirGot de tamaño semejante a Cosax. Romano miraba más a Cosax que a la deslumbrante Hortensia, porque en la mentalidad empresarial existen cuestiones más urgentes y deslumbrantes que no da lugar a cosas meramente personales que generen distracciones poniendo en riesgo la absorbente exigencia de los negocios. Romano le propone a Hortensia trabajar conjuntamente con ambas empresas con una especie de sociedad a determinar según mejor conveniencia. Esto le produjo un gran conflicto emocional a Hortensia que logró casi bloquearla produciendo en ella un gran cansancio al no poder resolver las tantas variables entre la propia marcha de Cosax y la propuesta de integración con la nueva empresa.

Noche fría y oscura recibía a Hortensia al bajar de su lujoso auto para ingresar a su casa familiar donde se encontraba su hija Agustina con sus grandes auriculares aturdiéndose en su cuarto con música de aullidos, gritos y ruidos tenebrosos mientras acompañaba con movimientos de su cuerpo al modo de conjuros satánicos aprendidos de esas bandas musicales que se presentan en esos lugares donde sirven alcohol y drogas para jóvenes que reniegan de la vida. Agustina solo tenía trece años y jamás ha ido a esos lugares como tampoco tomaba alcohol ni alguna vez ha consumido algún tipo de droga. Se sentía un hermoso aroma de un rico café recién preparado por Victorio para convidar a su recién llegada esposa Hortensia mientras esperaban que baje de su cuarto su hija Agustina.

Curiosa reunión familiar con una madre cansada y casi agotada por su trabajo que no se sentía confortada por su hija ni por su esposo, estaba muy debilitada afectivamente y necesitaba consuelo, demandaba atención de su familia, se sentía como perdida en esa rara relación familiar donde todos necesitaban de los otros. No les faltaba dinero ni bienes ni lujos porque ganaban más de lo que podían gastar aunque se sentían terribles por ese interior roto ausente de todo tipo de afectos. En esa noche ella se dio cuenta que necesitaba ser apoyada por su familia y de inmediato decidió un viaje familiar al campo a primera hora del día siguiente.

—Yo no voy a ir —sentenció Agustina—. Tengo clases y muchas tareas, me hubiesen avisado con tiempo.

—De todos modo tendrás que ir —marcó con energía Hortensia mientras con el rostro cansado se dirigía a su cuarto.

Victorio permanecía en silencio sentado en el sillón mientras observaba a su mujer y su hija que no lograron ponerse de acuerdo ante la orden de la madre que ha sido rechazada rotundamente por su hija.

Victorio se mostraba tranquilo e inmutable como si acaso no hubiese estado presente. Hortensia estaba en su cuarto y Agustina se pone detrás de su padre que seguía sentado en ese gran sillón, lo abraza por detrás, le da un beso en su cabeza y le dice que ella no quería ir en ese viaje.

—Ve a preparar tu maleta que mañana salimos temprano. —Le dijo Victorio a su hija.


— ¡Nadie me comprende! ¡Nadie me cuida! ¡Ninguno de ustedes se fija en mí! —Reclamó Hortensia mientras conducía su auto teniendo a su lado a su esposo y a su hija en el asiento trasero mientras realizaban ese viaje con el propósito de descansar y recuperar el afecto perdido en la familia, transitando un camino pavimentado con gruesas capas de nieve en los costados.

—A mí me importas y siempre te tengo presente —con serenidad le responde su marido.

— ¡No es cierto! ¡A ninguno de ustedes le importa cómo me siento! —replicó enérgicamente Hortensia, mientras su hija gritaba que se controle en el volante por estar el camino muy resbaloso, pero la furia y frustración de su madre hizo que perdiera el equilibrio de ese auto que comenzó a zigzaguear resbalando mientras las ruedas de un costado ascendían a la gruesa capa de nieve produciendo varios vuelcos violentos de un vehículo que quedó finalmente volcado encima de la nieve al costado del camino.




El aire estaba calmo y ninguna hoja de los árboles se movía en esa media tarde nublada y casi oscura donde algunos caminaban cruzando la calle con gruesos abrigos, largas bufandas y algunos gorros de lana que casi le cubrían los ojos mientras exhalaban un visible aliento que parecía humo de un fumador. Gabriela, una joven mujer delgada con apariencia frágil, sostenía la correa de su perro que lo sacó a pasear; el dálmata inquieto llevaba casi a la rastra a Gabriela que con sus dos manos sujetaba la correa y no lo podía controlar. Al frente del bar cruzando la calle se muestra la fachada de un edificio de tres pisos con ventanales cerrados y una gran puerta de vidrio a la entrada de esta clínica de la ciudad, donde en la habitación número ocho del tercer piso una cama con sábanas blancas alojaba a una persona con mangueritas de oxígeno en sus fosas nasales y otra en su brazo izquierdo que se conectaba a una botella de suero, mientras que en su derecho tenía una especie de faja con algún conector que marcaba en una pantalla detalles de vitalidad. Ojos cerrados y una mente quizás dormida de un sueño del cual no se quería despertar para no enfrentarse con esa realidad desconocida que podría causar un profundo dolor en una pesadilla que no estaba en su sueño sino en su despertar. Lento progreso en esas tres semanas de inconsciencia donde poco a poco se pone de manifiesto la vida en su principio de recuperación y le permite lentamente ir abriendo sus ojos para descubrir que estaba en un lugar extraño y desconocido donde había médicos y enfermeras en una aburrida habitación sin cuadros ni decoraciones que olía a remedios y se escuchaba un abrir y cerrar de puertas con esos típicos golpes de los bordes de las camillas que de modo casi violento ingresan en alguna sala de ese lugar. Abrió los ojos y se encontró en un ambiente raro, no sabía por qué estaba allí ni tampoco cómo había llegado a ese lugar.

— ¿Qué me ocurrió? —preguntó Hortensia a su enfermera.

—Tuvo un accidente en su auto pero ya se encuentra bien y en muy poco tiempo se recuperará por completo —respondió su enfermera que estaba al lado del médico que juntos la fueron a revisar.

— ¿Dónde están mi hija y mi esposo? —preguntó mientras intentaba recuperarse levantando su cuerpo al punto de sentarse. Quedaron muy serios el médico y la enfermera haciendo una larga pausa sin querer responder de inmediato esa pregunta, mientras el médico intentaba calmarla haciéndola recostar nuevamente controlando el pulso y revisando que las mangueritas estén en su sitio correctamente.

— ¡¿Dónde están mi hija y esposo?! —volvió a replicar con una voz casi llorosa.

El médico apoyó su mano en el rostro de Hortensia mientras se sentaba al lado suyo en la cama. No podía llorar, se mostraba aterrorizada mientras adivinaba la respuesta que quizá ya no la quería escuchar. Dejó suelto todo su cuerpo y dirigió su mirada hacia el techo.

—Tuvimos que sepultarlos a ambos. No han sobrevivido al accidente —respondió el médico mostrando un rostro serio lleno de pena.

— ¿Por qué no me avisaron?—dijo Hortensia muy herida—. ¡Yo debía estar allí!

—Es que usted estuvo en coma durante tres semanas —con una voz entrecortada le respondió la enfermera.

Rostro pálido y mirada perdida en esa resignación que ha desgarrado su corazón en pedazos.




Los pinos y eucaliptus dejaban mover sus hojas en esa suave brisa que soplaba desde el este mientras el sol lentamente se iba presentando dando un amanecer muy limpio y primaveral mostrando el verdor del pasto prolijamente cuidado encendiendo como pequeñas lucecitas esas gotitas de agua del rocío que había regalado la noche. Despertaban en sus nidos y hacían su primer vuelo de la mañana los pájaros con su hermoso canto y el trinar de sus pichones. Magnífico espectáculo que expresa de modo visible la belleza del creador.

A lo lejos se distingue la silueta de una mujer que se acerca trotando con el cabello recogido sujetado con una vincha elastizada y un conjunto de pantalón y buzo de gimnasia que hacían juego con sus cómodas y finas zapatillas de cuero. Con sus treinta y cinco años recién cumplidos y el corazón lleno de tristeza Hortensia corre esos quince kilómetros en las cercanías de su cabaña de madera que dejaba salir el humo de su chimenea mientras perfumaba el aire un exquisito e intenso aroma de un café recién preparado.

Aurora la esperaba con el desayuno en la mesa que se apoya sobre una alfombra que hace centro en el comedor unido de forma abierta con la cocina mientras arden unos pequeños trozos de leña en el interior del hogar ubicado en el lado sur de la cabaña.

—Hija, ya es tiempo de comenzar a relacionarte con la gente, hacer nuevas amistades. —Dijo Aurora acariciando el hombro de Hortensia—. Ya pasaron cinco meses.

—No merezco ser feliz. —Contesto su hija casi en voz baja.

A cinco kilómetros de la cabaña está el pueblo más cercano donde pueden aprovisionarse de las mercaderías necesarias, un pueblo pequeño de no muchos habitantes a treinta y ocho kilómetros de la gran ciudad donde está ubicada la empresa y la vivienda de Hortensia.

Se vistió con un Jean que muestran las rodillas y parte de las piernas mediante unos tajos en la tela, un par de botas de caña corta y tacos medios y un holgado buzo; el cabello suelto y livianamente maquillada, pone en marcha su auto y se dirige al pueblo. El supermercado tiene todo lo necesario, toma un carrito y se echa a andar por los pasillos de las góndolas eligiendo los productos mientras revisa con gran atención la fecha de vencimiento antes de cargar. Había muchos paquetes de café pero solo queda uno de la marca que ella prefiere, inmediatamente extiende su mano hacia ese café pero se encuentra con otra mano que al mismo tiempo se encuentra con la de ella tomando ese mismo paquete, ni ella ni él estaban dispuestos a soltarlo.

Es la mano de Esteban, un ingeniero civil de cuarenta años de edad, rostro serio y mirada semifría, acostumbrado a vivir solo, sumergido en los cálculos estructurales llenos de matemáticas y física. Vestía ropa clásica fuera de moda en un cuerpo casi delgado y un ánimo sin deseos de socializar. Solo fue a comprar café, ese café. Con la otra mano separó dedo a dedo liberando el paquete de la mano de Hortensia y se retiró del supermercado llevando su compra a casa. Hortensia tuvo que conformarse con una marca de inferior calidad.

--- o ---

Dos años han pasado y Hortensia totalmente ausente a su empresa no muestra ningún interés por ella. Se aparta definitivamente borrando para siempre su pasado. Vendió su casa, su auto y todos sus bienes. Llama un taxi y con una sola valija y su cartera se dirige al aeropuerto.



Mujer llena de culpa y vacía con su mirada dirigida siempre a lo lejos, endurecida en sus afectos del mismo modo que ese soldado que mutilado en su alma regresa de esa cruel y traumática guerra. Los fantasmas de Agustina y Victorio permanecen en su mente como dos fotografías vivas de las dos personas muertas con sangre y heridas en sus rostros, ojos abiertos y sin luz que nadie intentó cerrar. Ya no podía llorar, nunca pudo, el dolor con el sentimiento de culpa, como llave que cierra los sentimientos, no le permitieron.

Viajaba en el asiento trasero de un auto que llevaba su valija y su cartera en una ruta asfaltada con muy poca circulación con hermosos verdes de hierbas y sembrados donde se mostraban humildemente algunas florecillas blancas y otras amarillas, azules y lilas, dispersas entre la hierba. Un simpático y muy alegre hombre conducía ese coche e intentaba conversar con ella sin obtener ninguna respuesta. Habiendo recorrido unos buenos kilómetros sobre esta ruta campestre de este nuevo país cálido, lejos del frío país suyo, oye a lo lejos el sonido del toque de una campana que parece haber roto el hechizo de cerrazón perpetuo; girando la cabeza mirando en todas direcciones busca esa campana, pero no había nada a la vista, solo se divisaba pastos, sembrados y árboles agrupados mezclado con arbustos que formaban un espeso y aislado monte en esa enorme llanura donde no se veía alguna casa.

— ¿Oye usted ese sonido de campanas? —Le preguntó al chofer.

—Claro que sí —le responde— es que cerca de aquí existe un monasterio católico, detrás de aquel monte veremos sus edificios.

Detrás de los árboles comienza a emerger en lo alto, una cruz que coronaba la capilla del monasterio mostrando su frente hacia la ruta exhibiendo una enorme puerta de doble hoja y paredes de mampostería de ladrillos enrazados pintadas de blanco con esbeltas aberturas de madera de color caoba con remate superior en forma de arcos. Capilla ubicada aproximadamente a cien metros de la ruta y acompañada a su alrededor de edificios y jardines formando un área semi cerrada con dormitorios en sus extremos, un gran comedor y cocina que en conjunto alojaban en su interior un patio central con un enorme aljibe de agua. Hermosos rosales en los costados y césped muy bien cuidado cubriendo su terreno.

En la parte exterior a la izquierda de los edificios se veía una huerta con muchas clases de verduras y varios monjes trabajando en ella. En la parte posterior a varios metros detrás de los edificios están los corrales con unas muy pocas vacas, tres caballos, ovejas y gallinas. Hacia la derecha se ve el trigo maduro y una porción de tierra que otros monjes la están preparando para la próxima siembra.

— ¡Pare aquí! —Dijo repentinamente Hortensia a su chofer.


Paisaje campestre lleno de paz abrazaba la alegría de estos monjes que en su silencio y con una gracia particular hacían su trabajo. Cuadro conmovedor que invitaba a su alma a salir de ese encierro que tanto la atormenta.

— ¿Qué hacemos aquí? —preguntó su chofer.

—Por favor, quédese callado y espere —le respondió Hortensia, mientras se quedó contemplando el lugar durante dos largas horas a través de las ventanillas del auto.

Carmelo dejó el volante y se bajó del auto a estirar las piernas en esa joven mañana que hacía sentir las ricas fragancias del monte perfumando el ambiente con el aroma de los panales de miel del camachuí, el fruto maduro del saucillo, las flores silvestres que Carmelo juntaba haciendo ramilletes para llevarle a su esposa cuando nota en la cercanía las florecitas amarillas de la marcelita que dan un rico sabor al mate amargo y tienen muchas propiedades medicinales que no dudó en juntar un buen manojo de ellas mientras con agrado y simpatía contemplaba la naturaleza hasta que sienta el llamado de continuar ese viaje que curiosamente fue momentáneamente detenido.

Su mentalidad le exige que continúe su camino, sin saber exactamente dónde finalmente quería llegar como tampoco tenía claro lo que quería hacer ni con quienes se iba a encontrar en ese rumbo improvisado que ha tomado, pero había una parte de ella que se sentía curiosamente intrigada y llena de dudas que no le permitía tomar una decisión. Larga meditación en esa fuerte lucha entre su mente y su alma, mientras fuera del auto Carmelo le hacía alguna morisqueta oliendo el ramo de flores acompañando con algunos movimientos graciosos para lograr en ella una sonrisa. Haciendo caso omiso a esa actuación y sin disminuir en lo más mínimo su dureza le hace una seña para que regrese al auto y así continuar el viaje.

—Ingrese el auto al monasterio —indicó a Carmelo.

Estacionó a un costado de la capilla a la vista de todos los monjes que en silencio estaban trabajando. Bajó del auto mirando a su alrededor sin que nadie se acercara a recibirla. Todo el monasterio estaba ocupado en sus tareas y nadie tenía el tiempo de socializar. La vieron llegar, pero los hortelanos seguían con su huerta, los granjeros con su arado, sus gallinas, sus vacas y caballos.

Ingresó a la capilla como quien ingresa a una biblioteca o un museo, nadie estaba allí, solo algunas estatuas de alguna mujer y de algún hombre sobre pilares de madera de algarrobo, algunos cuadros en las paredes, varios bancos para sentarse, un altar y una enorme cruz detrás de él. A un costado había algo así como una pequeña casita cerrada con una puertita que mostraba una cerradurita y a su costado una lucecita encendida.

— ¿Qué es esto? —Pensaba en su silencio— ¿Por qué vine aquí?

Se da vuelta hacia la salida de la capilla y se encuentra con la figura de un hombre serio, muy calmo, lleno de una paz que contagiaba a la distancia. Vestía un hábito oscuro que lo cubría casi por completo. Tenía ojos calmos que miraban con dulzura. Padre Emilio, el abad del monasterio, solo estaba quieto mirando a Hortensia como esperándola de pie en el portal principal de la capilla. Sin mediar palabra alguna y a la distancia Hortensia se echó a llorar. Lloraba sin parar derramando cataratas de lágrimas derrumbándose corporalmente sentada casi acostada en el suelo sin poder detener su llanto. Muchos años de dolor y cerrazón, muchos años sin sentimiento atendidos, muchos años sin amar, muchos años sin llorar. Lloró por todos los años que no había llorado durante dos horas y cuarenta y cinco minutos, era solo un escracho casi sin aliento tendida en el suelo del interior de esta capilla, donde el padre Emilio seguía de pie y en silencio en el mismo portal.

El hermano Manuel se acerca con un jarrón de agua fresca que le convida a beber y con un paño húmedo le hidrata y refresca su frente mientras le ayuda a incorporarse sentándola en el banco de al lado. Seguía sollozando pero ya sin fuerzas, el llanto ya era sin lágrimas ni sonidos, solo era la respiración de una mujer tendida sin fuerzas para sostener su cuerpo. La dejaron descansar en una cama del dormitorio de huéspedes que los monasterios disponen para sus visitantes que van a colaborar temporalmente con ellos o hacen retiros espirituales.

Durmió todo el resto de esa mañana, toda la tarde, toda la noche y se despertó temprano a primera hora de la mañana.

Sale del cuarto y lo alcanza a ver al padre Emilio sentado sobre una silla sin respaldo con trenzas de juncos que hacían su asiento, una mesa bajita de madera rústica que sostenía el termo y mate que el padre tomaba mientras leía un libro bajo un parral de uvas que hacía de techo sobre un pergolado de madera. Mañana joven y limpia adornada por rosales y plantas y un hermoso coro de aves que mostraban con total evidencia la belleza del Creador.

Nadie le decía nada, pero en ese lugar no se sentía sola.

— ¿Me puedo sentar? —preguntó al padre Emilio al acercarse a su mesita.

El padre Emilio, abad del monasterio, un sacerdote místico, jefe máximo de todos los sacerdotes y monjes de ese lugar. Hombre muy profundo experimentado en la oración y en la hondura de la contemplación. Hombre habituado al silencio, que hacía de él un hombre misterioso que emanaba una paz interior tan contagiante que atravesaba las almas próximas a su alrededor. Al lado de él no se sentía miedo de terremotos, volcanes en erupción ni bombas atómicas.

El padre hizo una seña con su mano invitando a sentarse en su banqueta frente a él al otro lado de su mesita. Hortensia se sienta y lo mira al padre Emilio con gestos de agradecimiento mientras llega el hermano Manuel con una bandeja que portaba un pocillo, una tetera con té caliente, un jarrito de leche caliente, un trozo de pan casero que los monjes fabricaban en el monasterio y un pote de miel de sus colmenas para endulzar su desayuno. Manuel sin decir palabra alguna, sirvió y se retiró en silencio.

Hortensia nada sabía de Dios, en los ambientes donde ella se movía jamás había oído hablar de Él y por ende no creía ni se imaginaba de su existencia, por lo tanto, el monasterio le resultaba algo muy inusual, no podía comprender su significado, mientras que al mismo tiempo le resultaba muy extraño el padre Emilio, no podía comprender que exista una persona así. Lo veía poderoso, extremadamente confiable, muy bueno, paternal, protector, algo así como haber encontrado a ese Dios que su corazón lo buscaba desde siempre, cuando se sentía sola, incomprendida, falta de afectos buscando parches en la vida que prometían esa felicidad que jamás la encontró.

El padre Emilio es un hombre maduro de setenta y dos años de edad, erguido y fuerte como un quebracho con una sabiduría tal que al mirar a una persona ya sabía de ella sin necesidad que alguien se lo cuente. Hombre que al mirar podía atravesar el alma de las personas. No hacía falta hacerle alguna pregunta a Hortensia, ya sabía lo que le pasaba. No conocía los detalles de su vida como si fuese un adivino, no conocía de su empresa ni de su accidente, como tampoco sabía de la relación familiar de su hija y esposo cuando estaban con vida. Solo sabía lo que debe saber un hombre de Dios, una mujer sin fe con el alma en una oscura fosa y el corazón destrozado.

Hortensia se sirvió el té con un chorrito de leche y lo endulzó con una cucharadita de miel, le dio un pequeño sorbo, levanta la vista hacia el padre Emilio y le pregunta:

— ¿Quién es esa mujer de la capilla?

— ¿Qué mujer? —Dijo Emilio— ¿Acaso se refiere a alguna imagen de allí?

—No. Una mujer humana que se acercó caminando hacia mí —respondió con firmeza mirando fijo al padre Emilio—. Usted estuvo allí, es imposible que no la haya visto —casi desorientada afirmó Hortensia.

—Yo no he visto a nadie, solo estaba usted y yo y luego el hermano Manuel. Nadie más estuvo allí —Aseguró el sacerdote.

No quería pasar por loca ni psicótica, por lo tanto dejó de insistir en el tema.

— ¿A qué debemos el honor de su visita? —Preguntó el abad—. ¿A qué vino usted aquí?

—No lo sé. No sé a qué vine. Solo pasaba por aquí y me sentí profundamente atraída de modo que no deseaba continuar mi viaje sin venir primero a conocer este lugar.

—Pero cuando esa mujer se acercó a mí y me tomó en sus brazos me sentí como una pequeña niña en brazos de su madre que hace mucho tiempo no la veía. ¿Cómo no la pudo ver usted? —Insistió Hortensia.

Muy sereno el padre Emilio nada respondió y se puso de pie para alcanzar un racimo de uvas que le ofreció junto al desayuno. Uvas negras grandes y muy dulces que al apoyar su racimo en la mesita llenó de rica fragancia el ambiente y adornó con belleza el centro de la mesa.

— ¿Qué es ese collar de bolitas y una cruz que usted carga en su costado? —Preguntó muy curiosa.

—Cada una de estas bolitas es una hermosa rosa que se le regala a esa mujer que en la capilla usted vio. —Respondió el padre Emilio.

Comienzan a sonar las campanas del monasterio invitando a todos a la oración de media mañana cuando se hace presente Carmelo a buscar a su pasajera.

—Buen día padre Emilio ¿cómo está usted? —Con enorme alegría lo saluda Carmelo.

—Hola Carmelo, mi buen hijo, ¿qué hace por aquí?

—Viene a buscarme a mí —con una enorme sonrisa y luz en sus ojos irrumpe Hortensia.

—Disculpe padre —Dijo Carmelo— Yo no conozco a esta mujer —expresó con graciosa ironía.

—Es que ahora usted se lleva un ángel —con amable sonrisa responde el padre Emilio.

¡Qué alegría del buen cristiano cuando es testigo de estas cosas!

Carmelo guarda la maleta en el auto y abre la puerta trasera del lado derecho para que cómodamente ingrese Hortensia, pero antes de cerrar la puerta ella dice: —Padre Emilio, deme su bendición por favor.

El padre Emilio la bendijo, bendijo a Carmelo y bendijo su viaje.

—Lléveme al aeropuerto más cercano. —Dijo Hortensia.

Quizá ya tenía muy claro lo que tenía que hacer porque se mostraba muy alegre y segura. ¿Dónde iba? Nadie lo sabe, solo ella y con eso es suficiente. En un día aprendió más que en toda su vida y se dio cuenta que la mejor forma de honrar a aquellos que ya no están es amando a los demás sin dejar de amarse a sí misma o mejor dicho: amarse a sí misma con todas sus fuerzas para así poder amar mejor a los demás. De este modo tampoco existe la muerte porque en un corazón que ama, los que mueren vivirán.

Solo una cosa más quiere en la vida: regalarle hermosas rosas a esa mujer tan extraordinaria de la capilla del monasterio que hizo resonancia en su alma dándole nueva vida y sanando su roto corazón.



Segunda Sección



— ¡¿Qué herencia nos dejaron?! ¡¿Qué herencia nos dejaron?! ¡¿Qué herencia nos dejaron?! ¡¿Qué herencia nos dejaron?! —incansablemente repetían los jóvenes durante toda la noche marchando por las calles de todo el país. Eran ya las cuatro de la mañana cuando todo el mundo encendía sus televisores para ver lo que estaba ocurriendo. Preferían salir de sus casas y mirar en bares y lugares públicos donde se congregaban muchas personas. No saben por qué, pero daba miedo verlo solo. Un silencio total en todas partes del mundo. Está ocurriendo en Argentina, solo en ese país, pero en todas sus provincias, en todas sus ciudades, en todas partes. Eran sólo jóvenes, varones y mujeres, que comenzaron a marchar desde las diez de la noche y no llevaban pancartas ni carteles ni distintivo alguno sino solo esa horrible frase que causaba espanto y la repetían incansablemente al ritmo de la respiración. Nadie se atrevía a salir de sus casas, todos los adultos que estaban en bares, confiterías o en las calles regresaban con terror a sus casas, es muy grande esa multitud quizás miles o quizás millones de jóvenes marchando en todas las calles llenándose de lado a lado; esa frase, como ráfagas de viento que en algunas ocasiones predominaba como una pregunta y en otras como una gran exhortación.

¿Cómo se organizaron? Nadie lo sabe, nadie pudo anticipar. Los jóvenes de hoy manejan códigos que solo ellos lo comprenden. La policía no se atrevió a salir, no se veía algún uniformado por las calles, eran miles o millones, nadie se atrevía a cruzarse con ellos. Marchaban serios sin insultos ni agresiones y sin desorden, solo esta frase que horrorizaba a los oyentes. Van a seguir, van a seguir sin parar en este arrasador ejército que solo ellos lo controlan.

No llevaban armas ni garrotes ni piedras, pero esta frase en ese tono apagaba todos los demás ruidos del país y aterrorizaba más que un bombardeo aéreo de la segunda guerra mundial.

En algunos países es de día y están en plena jornada laboral. Todos hacían silencio, cuidadosamente dejaban sus herramientas, suspendieron sus tareas y sus compras y se congregaban en un aturdidor silencio ante las pantallas de los televisores, como si estuviesen viendo y siendo testigos del inicio de un apocalipsis totalmente desconocido que no figura en la Biblia ni en alguna profecía. En todos los canales abiertos y por cables de todo el mundo suspendieron películas, entretenimientos, informativos habituales y solo mostraban esto y en voz muy muy baja y muy de cuando en cuando algún comentarista marcaba alguna pequeñísima aclaración al respecto.

Nadie se atrevía a opinar, era más tenebroso que el desfile de todo el ejército Nazi en presencia de Hitler. ¿Qué es todo esto? ¿Qué significa? Nadie se atrevía a interpretar.

¡¿Qué herencia nos dejaron?! Es la nueva consigna y única que la juventud argentina ha adoptado como nuevo Preámbulo de la Constitución Nacional y en todas sus provincias.

Es la nueva frase que desplaza todas las pancartas y carteles de todos los partidos políticos, destruyéndolos tan solo con la palabra. Frase que tira abajo todos los emblemas y consignas de los movimientos sociales. Frase que llena de miedo a la CGT, a todos los gremios y sindicatos.

Frase imperativa que exige terminantemente; frase sin concesiones que no admite negociación alguna; frase que da miedo, porque de ese miedo podría surgir la esperanza.

        Un edificio en torre se encuentra en plena etapa de construcción, se está construyendo el esqueleto del mismo. Así como el cuerpo humano está compuesto por carne, músculos, huesos y articulaciones, en este edificio se estaban construyendo los huesos y todas las articulaciones. Ya se hicieron todas las bases de fundaciones, las columnas de los primeros niveles con sus vigas y losas correspondientes, todas ellas de hormigón armado; están faltando los últimos dos pisos para terminar toda la estructura y luego pasar a hacer todos los cerramientos, instalaciones de luz, agua y sanitarias en general. Se mostraban los hierros que sobresalen de las columnas de abajo para continuar con las columnas restantes. El trabajo está detenido, no hay obreros en el lugar, excepto uno que está ordenando algunas herramientas de la obra. Aun cuando es un día laboral normal la obra está detenida momentáneamente por la muerte del ingeniero que estaba dirigiendo, mientras controlaba la tirada del hormigón fresco en los encofrados de las columnas, se acercó demasiado para asegurarse que no queden huecos de aire al arrojar el hormigón fresco que puedan debilitar la columna cuando quede construida. Algo ocurrió, tal que una ráfaga de hormigón fresco, como unas cataratas de agua cayó encima del ingeniero expulsándolo desde el quinto nivel, aproximadamente quince metros de altura, precipitándose sobre unas barras de hierro y piso de cemento. Fue inmediata su muerte. De igual modo la obra debía continuar, ocurre que no encontraron de inmediato otro ingeniero que se haga cargo de la obra.

Muchas veces ocurren estas cosas. En obras importantes suele haber ingenieros muertos y algunos de ellos forman parte de la estructura del edificio cuando alguno cae dentro del hueco de algún pilar y encima de él le caen varias toneladas de hormigón, no hay posibilidad que esté con vida y no hay forma de sacarlo de allí. Esa estructura es su sepultura final. Demasiada es la responsabilidad del ingeniero, no debe existir falla estructural. Si se ha equivocado en algún cálculo o ha colocado los hierros donde no corresponden, puede colapsar el edificio destruyendo todo lo que se encuentre debajo, sean objetos o personas, cargando el ingeniero con la responsabilidad penal del mismo modo que un asesinato. Por eso deben esperar al ingeniero antes de hormigonar, para verificar que todo esté en su sitio y todo se realice en forma adecuada. El ingeniero quiere estar ahí, debe estar ahí, no podría dormir ni vivir en paz si se queda con alguna duda, aunque muchas veces debe pararse en lugares de riesgo o alturas peligrosas, aun sabiendo que corre riesgo de muerte.

No había ingenieros de obra, aunque había varios ingenieros pero se dedicaban a conducir su empresa o simplemente se dedicaban a la parte administrativa, estos son los más inteligentes porque ganan mucho más dinero y no corren ningún riesgo. Aquí hacía falta un calculista, alguien que se dedique a las estructuras.

Cinco días de intensa búsqueda hasta que se enteraron que en un pequeño pueblo de pocos habitantes, a treinta y ocho kilómetros de allí, vivía un ingeniero de cuarenta y dos años con experiencia en este tipo de estructuras. Es el ingeniero Esteban, ese que le quitó el café a Hortensia en el supermercado.

Esteban ya quería retirarse, ya no quería ejercer en su profesión como ingeniero. Estaba cansado y quería hacer otra cosa diferente a esa fría tarea de los cálculos y estructuras. Quería algo que le permitiese disfrutar mejor de la vida, algo que tenga sentimientos humanos, algo que le permitiera disfrutar de la preciosa vida de su nieto que irrumpió con su presencia como una luz que le mostró que vivía solo y en soledad, secándose prematuramente como un árbol viejo que ya no da frutos. Algo que le vuelva a mostrar que alguna vez fue humano, con sueños, con esperanza, con deseos de vivir esa fantasía de la vida llena de ilusiones y utopías. Esa vida que pueda volver a poner en marcha un corazón humano, un corazón de niño lleno de esa magia de la esperanza, tal como se muestra en la mirada de los ojos de su nieto de seis meses que su joven hija lo dejó a su cuidado y se fue sin saber dónde. Suena el timbre en su departamento, sienta a su nieto en su sillita, le limpia la boca con una servilleta y apoya en la mesa el puré de manzana y la cucharita que le estaba dando de comer. Vuelve a sonar el timbre mientras se estaba lavando las manos para atender.

— ¿Es usted el ingeniero Esteban? —Pregunta la mujer que venía acompañada por dos hombres de la empresa constructora, con portafolios, papeles y planos.

—Lo soy —respondió mientras los invitaba a pasar hasta su mesa de trabajo.

El niño comenzó a llorar y Esteban cariñosamente lo cargó en sus brazos. La mujer le hizo una caricia en el rostro acompañando con una juguetona sonrisa que hizo también sonreír al niño.

—Traemos una propuesta de trabajo para usted, ingeniero. —Dijo uno de los caballeros, enseñándole los planos de la obra, lo que está hecho y lo que falta hacer, incluso los honorarios que estaban dispuestos a pagar.

—Ya no trabajo más en estructuras, acabo de retirarme —respondió tranquilamente.

— ¿Nos permitiría un momentito de privacidad? —Dijo uno de ellos— queremos precisar unas cosas.

El abuelo y su nieto entraron en la cocina mientras tomaron al paso un payasito de peluche que le faltaba un ojo y tenía casi despegada la oreja derecha, le hablaba al niño mientras lo sentaba en la mesada de la cocina y le hacía jugar haciendo rodar una manzana que lo hacía divertir cuando sus visitantes le hicieron notar que ya estaban listos para continuar con la negociación.

—Le ofrecemos el doble de lo que le ofrecimos al principio —Dijeron con la confianza de cerrar inmediatamente el trato.

Con este dinero le alcanzaba cómodamente para comprarse un buen departamento de tres ambientes más una camioneta 4 x 4 más algunos muebles para el departamento.

—Disculpen pero no me interesa —Respondió con firmeza el ingeniero.

La mujer, semi nerviosa sacó su móvil y salió al pasillo haciendo una seña que enseguida regresaba.

—La empresa le ofrece el triple de la oferta inicial, vehículo, chofer y le cubre todos los gastos —Insistió ella a su regreso.

—No es cuestión de dinero, ya estoy retirado —dijo Esteban mientras abría la puerta invitándolos a retirarse.

Esteban, luego de cerrar la puerta, pone toda su atención en Víctor que con sus deditos jugaba con el cabello de su abuelo mientras lo introduce en su corralito de un metro por un metro con bordes superiores de caños huecos de aluminio envueltos con una gruesa y mullida goma espuma forrada con un plástico blando y un tejido de plástico en forma de rombos cubriendo toda la superficie perimetral lateral y un piso de madera liviana forrada en plástico con diseño de animalitos a quince centímetros por encima del suelo, haciendo tope mediante unas argollitas que no podían deslizarse más allá de los dobleces inferiores de las cuatro patas de sostén exteriores al tejido perimetral. Dejó al pequeño Víctor jugando con sus juguetes y comenzó a ordenar unos papeles sueltos donde encontró traspapelada una fotografía donde se mostraban muy alegres y sonrientes su hija Jasmine y Victorio, padres de su nieto Víctor, en la época que ambos trabajaban en la empresa Cosax.

        El termómetro marca treinta y ocho grados de temperatura mientras Carmelo acciona el gato levantando el auto para cambiar la rueda que se había pinchado y, de tanto en tanto, con un pañuelo se seca la transpiración de la frente mientras canta con alegría una dulce canción que le gusta mucho a su pequeña hija que la traía de regreso de la escuela especial donde concurren los niños que tienen el síndrome de Down.

Soplaba un suave viento norte que por instantes arrojaba pequeñas ráfagas de fina tierra y arenilla de esas calles con ripio sobre el rostro y cuerpo de Carmelo bajo ese sol abrasador del mediodía como intentando evaporar a Carmelo y su auto estacionado a un costado de la calle del pueblo a siete cuadras de su casa, casi al borde de la cuneta de desagüe, a cinco metros de un sauce llorón ubicado en el espacio verde de la vereda. Con el aire acondicionado encendido podía confortar a su pequeña que sentadita en el asiento trasero miraba cómo jugaba Ernesto corriendo a Claudio con un balde de agua mientras su perrito intentaba morder sus talones corriendo detrás de ellos. A media cuadra y acercándose de frente venía Eusebio, con un gran sombrero y piel oscurecida por el sol, en una zorrita con grandes ruedas cargada de leña y tirada por una mula. Carmelo concluyó su tarea, dio un beso en la frente de su niña y continuaron esas últimas siete cuadras faltantes.

Miranda, con su bastón blanco moviéndolo de izquierda a derecha, anteojos oscuros, cabello recogido con una goma elástica de algodón; Viste una limpia e impecable remera blanca, pollera azul a medias piernas y chatitas de tela exhibiendo su fina y bella figura de mujer que sale al encuentro de su esposo y su hija al oír el conocido sonido del motor del auto.

Carmelo, con el rostro cansado y una linda sonrisa, cariñosamente ayuda a salir del auto a Silvina mientras se acerca sonriente a su esposa, que aunque no lo puede ver, igual le muestra su amor en su rostro porque ambos saben muy bien que el amor se mira con los ojos del alma. Miranda recibe a su esposo con un enorme beso y un gran abrazo quedando colgada de su cuello haciendo que la lleve cargando hacia el interior de la casa, mientras Silvina daba saltitos de alegría al ver esta preciosa escena de sus padres que se aman.

Unas cartas metidas en sobres de correspondencia estaban apiladas en la mesa del comedor para que Carmelo las leyera. Miranda no sabía qué dicen porque Zulema, la vecina, no pudo venir hoy a leerlas e intercambiar conocimientos de química y otras novedades que ocurrían en ese laboratorio que accidentalmente se han mezclado dos elementos que reaccionaron en perjuicio de los ojos de Miranda hace casi tres años dejándola totalmente ciega. Silvina no podía comprender por qué su madre ha dejado de mirarla en ese entonces, ¿por qué sus ojos ya no son tan lindos como los ha tenido siempre?, ¿por qué estos ojos raros me miran y no me pueden ver? Carmelo toma ese montón de cartas y selecciona una de ellas que viene del Poder Judicial, quedó muy serio al leerla y empalideció su rostro cuando supo que debían irse de esa casa en un tiempo muy breve y no podían llevarse los muebles.

Hombre íntegro y lleno de esperanza inmerso en un mundo lleno de contradicciones y fuertes golpes en la vida que le dan de lleno a este gran titán que no lo pueden derrumbar ni hacer que pierda su alegría, pues bien sabe que el sol sale todos los días, pero por la mañana y nunca por la noche. Solo debe esperar con paciencia que pase la noche porque nunca tarda mucho en presentarse la mañana.

Carmelo tuvo que dejar de ejercer su profesión como ingeniero en construcciones desde que le ocurrió ese accidente a Miranda, y Silvina necesitaba mayores cuidados, por lo tanto vio que el trabajo de taxista o remisero era el más adecuado para estar más cerca de ellas con la ayuda de Zulema. Hombre de mucha fe que no dejaba de agradecer a Dios por esa hermosa y profunda mujer como esposa y por Silvina, que con algunas limitaciones, no tenía impedimentos para amar, ni para ser muy dulce y cariñosa.

        Jasmine camina apresurada hacia esa parada del colectivo de la línea 45 a punto de partir. Ya no quedan asientos libres entonces se ubicó en la parte media del coche mientras se sostenía del barral superior cuando un joven estudiante se levantó y le ofreció su asiento. Vestía pantalón jean, parka con capucha caída encima de una remera azul y botas de descarne. Mostraba sus cabellos recogidos casi groseramente y sujetados mediante una hebilla de broche; rostro casi sin maquillar donde resaltaba más ese sentimiento que deja el perder a su hombre amado desde aquel accidente que ha matado a Victorio juntamente con sus ilusiones.

En su mente concibe que el amor no entiende de leyes ni ataduras; no está en la mente ni en la razón; solo se presenta y toma la mente y la razón. Es como un espíritu que irrumpe cuando quiere y seduce de modo tan irresistible que se lo deja entrar sin condiciones. La persona queda totalmente poseída por él. Ya no manda la razón, ya no manda la mente, solo manda el amor. El amor subordina la razón, entonces la razón debe ponerse al servicio del amor para que este pueda mostrar su belleza en su máximo esplendor. Ya no se puede razonar del mismo modo que antes; no se puede pensar igual que antes. Ha ingresado un rey a lo más profundo del corazón y comienza a ser todo diferente; la vida es diferente y comienza a tener un sentido de plenitud, los sentimientos adquieren un sentido de plenitud. Dicho de otro modo, el amor hace experimentar la plenitud en los sentimientos y genera una intensidad de vivencia jamás imaginada.

El amor es dolor cuando no es correspondido, es un niño que espera incansablemente ante una promesa y es capaz de llorar cuando es engañado. Es sufrimiento cuando es maltratado, engañado o burlado. Es el único que le da sentido a la vida o, mejor dicho, el amor es el sentido de la vida que impulsa a su poseído hacia la felicidad. Mejor dicho aún, la felicidad solo se encuentra en el amor.

Jasmine sufre porque su corazón es ese niño al que repentinamente le han robado su ilusión y llora sin cesar perdiendo el sentido de la vida y su felicidad. No puede cuidar a su hijo porque ni ella misma puede cuidarse y necesita ayuda, es este el motivo por el cual dejó a su pequeño Víctor al cuidado de su abuelo.

La crueldad no viene del amor sino de razonamientos erróneos que exponen la vida a accidentes capaces de mutilar el alma. Aquí radica el origen del dolor humano.

        Juegan los niños en el parque de la plaza corriendo detrás de una pelotita de tenis mientras otros se impulsan en las hamacas y dos niñas juegan en el sube y baja. En el centro de este sector hay un tobogán que conduce el final de su trayectoria hacia un arenero, más al costado se ubica una calesita. El camino forma calles internas pavimentadas haciendo el recorrido por el parque lo más largo posible para que todos puedan disfrutar plácidamente su estancia. En uno de los sectores centrales está una fuente de agua bien iluminada que continuamente está derramando sobre unas piedras depositadas en el fondo. En otro sector, alejado de los juegos para niños, se ven algunos jóvenes varones y mujeres haciendo abdominales en un sección con el césped bien cuidado; cerca de allí hay otro sector con dos palmeras de casi tres metros de altura y se muestra unos mayores en el césped haciendo algunos movimientos dirigidos por una joven profesora de gimnasia. Por el camino circula un vendedor con algodón de azúcar color rosa y otro con globos, con formas de animalitos, inflados con gas que los hacen elevar en el aire. En esas calles, a la tardecita ya oscureciendo, camina el ingeniero Esteban llevando en un cochecito de asiento vertical a su pequeño nieto Víctor cuando se cruza con Griselda, mujer que fue acompañada por esos dos hombres de la empresa a proponerle el trabajo, que iba paseando a su perrito mediante una correa. Se reconocieron inmediatamente y cruzaron saludos.

— ¿Ya consiguieron ingeniero? —pregunta Esteban.

—Solo provisoriamente para terminar esta obra, pero necesitamos uno para la próxima que estamos pronto a iniciar —Respondió Griselda— ¿Acaso conoce algún otro?

—Sí, pero no se dedica a esto en este momento. Quizá si le hacen una buena oferta podrían convencerlo. —Dijo Esteban—. Es un colega viejo amigo mío compañero de estudio en esas épocas de facultad, pero con experiencia en esas obras que ustedes necesitan. Tuvo que dejarlo por problemas de salud familiar.

— ¿Podría preguntarle si estaría dispuesto?, luego lo contactamos nosotros. —Dijo Griselda con mucho entusiasmo.

—Está en otro país —dijo Esteban, mientras marcaba un número en su móvil.

—No hay problema, la empresa se hará cargo de los gastos de traslado y de su familia. —Con entusiasmo afirmó Griselda mientras tomó su celular para hacer una llamada.

Suena el móvil de Carmelo identificando la llamada de Esteban.

—Hola mi muy querido amigo, ¿a qué se debe esta gran alegría de tu llamada? —Saluda Carmelo.

— ¿Estás dispuesto a ser nuevamente ingeniero en acción? Una empresa de aquí te pagará el traslado del viaje, te dará vivienda para tu familia y estimo que también un buen sueldo si estás dispuesto a aceptar —calmadamente le explicó Esteban— de paso estaremos más cerca y nos podemos visitar.

Sorprendido por esta inesperada propuesta debía compartirla con Miranda y Silvina para tomar una decisión en conjunto y era necesaria una reunión con ellas. No hizo falta porque el altavoz de su móvil la hizo innecesaria cuando Miranda con exultante alegría lo apura que acepte y Silvina, viendo a su madre, saltaba al lado de ella expresando sus mismos gestos.

—De acuerdo, pueden contar conmigo —alegremente responde Carmelo.

Todavía faltan tres días para entregar su casa y todos sus bienes embargados por deudas y vencimientos que como remisero no podía cubrir, pero con los embargos se saldó todo. La empresa ponía en orden todos los papeles, documentos y pasajes para el viaje que debía realizarse lo más inmediatamente posible.

Todos los días sale el sol, pero por la mañana y nunca por la noche. Esta es la mañana de Carmelo cuando ha salido el sol para él y su familia que se embarcan hacia esta nueva aventura de la vida.

—El nervio óptico está intacto en ambos ojos, no han sufrido daño alguno —dijo el oftalmólogo—. Su accidente químico ha producido daño y algunas alteraciones en la estructura de la lente y en algunos componentes adyacentes de los ojos. —Pacientemente le explica a Miranda—. Le haremos unos estudios ahora mismo para ver si existe alguna solución.

El médico le indica a Carmelo que conduzca a Miranda, sentada en una silla de ruedas, hacia una puerta a mitad del pasillo a ocho metros del consultorio de esta enorme e importante clínica de ojos de la gran ciudad para iniciar las prácticas necesarias, mientras llamaba a colaboradores y colegas para tal fin.

Mientras Carmelo debe esperar afuera ingresan a Miranda a la sala de prácticas los técnicos del laboratorio para iniciar inmediatamente los estudios y verificaciones en sus ojos. Es una sala inmensa de siete metros por diez con muchos aparatos y equipos, donde había que atravesar dos puertas, de modo de mantener inalterado la pureza y limpieza del aire dentro del lugar. Ha pasado una hora y las prácticas continúan.

Se aproxima subiendo la escalera mostrando progresivamente su figura Esteban que trae a Víctor en una mochila que lo carga del lado de frente a la altura del pecho y mirando hacia adelante mientras visualiza a Carmelo en una silla a cinco metros de allí que se levanta repentinamente abriendo los brazos con una profunda alegría a recibir a su querido y viejo amigo Esteban que desde hace muy poco tiempo había comenzado a sonreír.

Conducen a Miranda hacia el pasillo tras haber terminado las observaciones y todas las muestras mientras Carmelo se acerca con dos vasos de café que se sirvió de la máquina expendedora del pasillo contiguo donde predominan los pisos de porcelanato beige pulido perfectamente limpio entre paredes con terminación de revoques en yeso perfectamente blancas decoradas con cuadros de pinturas de paisajes selváticos y otro con una tropa de caballos salvajes con crines largos que flotan en el aire del movimiento mostrando su belleza al correr sobre un campo verde en llanura en un fondo de un espléndido y joven amanecer.

Ingresan tres oftalmólogos y dos ayudantes a la sala de prácticas para analizar los resultados de las pruebas realizadas a Miranda.

— ¿Cómo te sienta Europa? —Pregunta Esteban a Carmelo, mientras recibe el café que le trajo y comparte el otro con Miranda.

—Me sienta muy bien, vivimos muy cómodos y muy ocupados. Me dedico de lleno a la empresa aunque esta se dedica también de lleno a nosotros, ni siquiera necesito cambiar una lamparita de luz, ellos lo hacen. Tampoco debo preocuparme por las facturas de servicios, ellos se ocupan de todo eso, hasta han puesto una niñera que la lleva y trae a Silvina de la escuela. Quieren mi mente totalmente libre para que pueda rendir con mayor plenitud en el trabajo de la empresa —. Dijo Carmelo con mucha alegría— Aunque extraño bastante a los amigos que están allá, especialmente al padre Emilio del monasterio, un santo varón.

—Y ¿cómo es la vida en Argentina? ¿Qué hacen los ingenieros allí? —Con gran curiosidad pregunta Esteban.

—Conducimos remises —Responde pícaramente Carmelo haciendo estallar las carcajadas de los tres, sin darse cuenta del alto volumen de las mismas que sorprendió un poco a los otros pacientes que también deseaban reírse pero no sabían de qué.

Su oftalmólogo abre la puerta saliendo con unos papeles en sus manos permitiendo ver por un instante a través del vidrio interno que los otros dos profesionales estaban juntamente observando una placa al trasluz, indicando uno al otro con su dedo en la placa.

Se acerca el doctor invitando a pasar al consultorio a Miranda y su esposo.

—Lo siento señora pero su vista no será recuperada… —decía cuando fue interrumpido por el ingreso de sus dos colegas que imprevistamente abrieron la puerta y le pidieron que los acompañe al consultorio de al lado, donde debatieron durante quince minutos.

—Traigo buenas noticias —dijo el oftalmólogo con el rostro lleno de felicidad— El especialista dice que lo suyo es operable e incluso podemos reemplazar las lentes en sus dos ojos. Confiamos que pueda volver a ver nuevamente.

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Grandes emociones movían el alma de este gran hombre que con su esperanza desmorona toda desesperanza en esa profunda fe que le fue transmitiendo el padre Emilio del monasterio del nordeste argentino que alguna vez lo sacó de una profunda angustia, con el alma casi paralizada inmerso en una profunda depresión que casi lo lleva al suicidio, cuando aquella vez le tocó a Carmelo llevar en su coche a un pasajero que estaba de pie al borde del camino con una valija vistiendo un hábito oscuro que casi lo cubría por completo, rostro serio y mirada dulce y paternal .Era el padre Emilio portador de la gracia de Dios que atraviesa el alma de los hombres y mujeres que sufren o que están dolidos dentro de este mundo que no cuenta con los remedios ni recursos necesarios para estas cosas que van más allá de la piel y de la razón. Ha hecho de Carmelo un hombre diferente, un hombre que, como emisario suyo, atraviesa el alma de los otros con esa gracia de Dios que se transmite en su constante alegría haciendo que los otros también la deseen y se detengan en ese camino sin sabor para tomar otro. Un camino que conduce, camino que refugia, camino que consuela, que te comprende, que te escucha. Camino que te habla y te dice:

—Si tú me sigues experimentarás una plenitud de sentimientos y una intensidad de vivencia que jamás imaginaste.

Fin

9 comentarios:

  1. ESTA BUENO .LO IMPORTANTE ES QUE LOS CAPITULOS SEAN CORTOS BUENA DESCRIPCION DE LOS PERSONAJES Y LA TRAMA DE LA NOVELA BIEN DESARROLLADO.

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  2. Que interesante historia. Muy real y excelente la descripción. La verdad dan ganas de continuar con el segundo capítulo. Espero que pronto esté terminado. Un genio para las novelas . Podés reflejar perfectamente las características de los personajes como sentimientos emociones y apariencias. La verdad toca el alma. Éxitos

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  3. Muy buena redaccion y nareativa..me gusta mucho

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  4. Bueno Juan Carlos ¡a seguir! completar e insistir.El relato ha comenzado y espero como los niños , que continúe...

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  5. Voy leyendo despacio el relato. Mejor dicho hoy pude disfrutar el capitulo primero. Te agradezco Juan Carlos tu delicadeza puesta de manifiesto en el compartir tu Obra. Te felicito. Me gusta mucho tu forma de escribir. Te coloca de lleno en los escenarios que elegis, descriptos con ricos adjetivos y detalles bien precisados. Los roles de los protagonistas definidos con crudeza y dramaticos matices. Me gusto muchisimo. Segui escribiendo cada dia, y crece en esta pasion con sencillez y con la seriedad que merece este bello camino. Mil Gracias. Seguire disfrutando la novela. Abrazo!!!!!!!

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  6. ES BUENISIMO LA HISTORIA.ADEMAS DEJA UN FINAL ABIERTO.BUENA NARRATIVA EN TODOS LOS ASPECTOS.DESDE EL TAXISTA HASTA EL MONASTERIO.A CONTINUAR ESCRIBIENDO.

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  7. Me encanto Juan Carlos. Realmente la descripcion de los lugares, de los paisajes, de los ambientes es fantastica. Parece como si lo estuvieras viendo. Muy rico en el detalle y en los adjetivos. La Historia de Hortensia muestra como la experiencia del Dolor, ese dolor que te atraviesa el corazon te coloca en una encrucijada. O te encerras en ese dolor hundiendote cada dia mas, o el dolor te abre el corazon y la mirada ; y te hace mas sencillo y docil a la posibilidad devun Encuentro. Lo que le paso a Hortensia. Tuvo la Gracia de descubrir UN LUGAR ( El Monasterio) y alli se dio EL ENCUENTRO Y LA ESCUCHA con el Padre Emilio. Genial Juan Carlos. Realmente el sentido y la invitacion encerrada en el Relato son signos claros del Gran Camino que estas haciendo en el Encuentro con otros y Otro. Felicitaciones, segui escribiendo, me alegro mucho.!!!

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  8. MUY LINDA LA HISTORIA DE CARMELO.Y MUY BIEN LA PROFESION DE INGENIERO TRABAJANDO DE TAXISTA...TIPICO DE LA ARGENTINA ACTUAL.PERO QUE ES LA VIDA DE HORTENCIA.?

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  9. ¿Qué herencia nos dejaron?
    supongo que es una pregunto que todo pibe se hizo carlos y hay dos caminos irse o quedarse y intentar algo, yo noto que la unica juventud que mas se alsa son los progres, los liberales nada ni los que quieren un cambio solo se centran en esperar un salvador

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