martes, 7 de abril de 2009

No nos gusta, preferimos callarlo, pero debemos decirlo

Muchas veces el miedo nos inhabilita, no queremos hablar de ciertas cosas porque son desagradables, tenemos terror a que nos pase y nos sentimos impotentes frente a esa situación que supera grandemente nuestras posibilidades y nuestras fuerzas.
Preferimos no hablar del cáncer, las malformaciones, y todo tipo de enfermedades incurables que padecemos o padecen nuestros familiares y amigos. Es como si fuese que al no hablar no está ocurriendo. Es lo mismo que taparse los ojos y creer que los otros no nos ven. En consecuencia, debemos tener en cuenta algo importante: “Nunca te tapes los ojos frente al enemigo”, “Jamás le des la espalda”. Y lo más importante: “No lo ignores, porque existe y tiene mucho poder”.

Los invito a ver la nota Los niños fumigados de la Soja, que se ha obtenido de un diario de Rosario donde se muestran una fotografía de un niño banderillero de las fumigaciones agrícolas y su testimonio.

Desde hace varios años escuchamos y vemos algunas manifestaciones escritas y testimoniales de distintas organizaciones e individuales que nos anuncian lo actual y profetizan una realidad de verdadero terror humano y social, “El efecto de los agroquímicos en la salud de las personas”, pero esto no nos alienta, es “una mala onda”, “nos tiran pálidas”, “no nos dejan ser felices”, y con cosas como estas, dejamos pasar y no nos damos cuenta que vamos declinando nuestra alegría, nuestra verdadera felicidad y nuestro propio porvenir.

Vengo formado con una conciencia heredada de mis mayores, donde “la verdadera democracia es hacer lo que el pueblo quiere”, esto debe traducirse en el bien común, en poner todo el esfuerzo en favor de los que más necesitan, para lograr un pueblo sano, un pueblo feliz.

Hoy nuestro país está seccionado en tres partes: dos socios y un rehén. El pueblo es el tonto del escenario que cualquiera lo toma para ejercer sus luchas y conquistas, el pueblo es el rehén de los otros. Por otro lado tenemos los socios, los que tienen poder, los que utilizan al pueblo para sus propios fines corporativos e individuales; uno de ellos es el gobierno autodenominado “Papá Noel” que distribuye la riqueza según su antojo y parecer, dejando a la deriva la suerte de todo un país donde al trabajador se lo ha transformado en un simple limosnero.
El otro socio es “el llamado Productor”, que no es otra cosa que un empresario que "sabe hacer negocios" y poco a poco se va quedando con todo el suelo argentino. Son los nuevos terratenientes del siglo XXI. No son chacareros, no viven en el campo. Viven en el pueblo, en las grandes ciudades, en alguna banca de gobierno, nos arruinan las tierras y envenenan al pueblo.


Los verdaderos productores viven en el lugar de la producción, en su campo. Cuidan la tierra, sus frutos y su ganado. Se levantan a las cinco de la mañana y solo disponen del tiempo del almuerzo. No tienen tiempo para manifestarse socialmente, "no saben hacer negocios". No son los que cortan rutas, no les da el tiempo para ello. ¡Jamás van a poner el veneno al alcance de los niños!, ¡sin importar si son gringos o criollos! Son como las abejas, les roban la miel pero ellos, siempre, vuelven a comenzar.

Ningún ser humano en el mundo está en contra de la producción ni del productor, pero hoy en el escenario político y social no está el productor sino solo su nombre, como tampoco están el peronismo ni radicalismo sino solo sus nombres. El pueblo y el campo están solos, y esa es la única realidad.

Hoy la gran masa de dinero la manejan los gobernantes y los terratenientes, y el pueblo tiene un peso argentino cada vez más devaluado. Han llevado al peso casi a la cuarta parte del valor del dólar encareciendo más de cuatro veces el valor de los comestibles. Los únicos que sacan ganancias son los socios, los gobernantes con sus farautes, y los terratenientes que arruinan las tierras, cortan rutas y envenenan al pueblo.

Es tiempo que el ciudadano común abra los ojos, ¡levante su voz!, y deje de ser un simple espectador y obsecuente de los gobiernos de turno y de los peligrosos terratenientes del siglo XXI.

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