domingo, 23 de agosto de 2009

Yo, el otro

Cuentos cortos y nómades, por el Dr. Oscar Héctor Pralong (Charata, Chaco)

Ya estoy despierto, no cabe duda. Estoy despierto. Lo extraño es que en la vigía continúa el sueño. Allí está el otro. Si el otro, mi igual. Gemelo desconocido. Me mira desde la ventana de mi cuarto, su aspecto es serio, imperturbable (claro, yo tampoco digo nada), su cara tensa, casi triste. El bigote desprolijo, el rostro triangular. No hay duda: es mi cara. Está serio, parece apesadumbrado. Tiene mi estatura y mi ropa...




OSCAR HECTOR PRALONG (Paraná, 1941). Radicado en Charata, Provincia del Chaco. Doctor en Ciencias Veterinarias y docente. Colabora en numerosas revistas y diarios del país y del exterior. Co-fundador de las publicaciones Arandú y Espartaco (Corrientes). Figura en 20 ediciones colectivas. Fue premiado en varios concursos literarios nacionales y provinciales, entre ellos: Primer premio Concurso "Alfredo Veiravé", de la Subsecretaría de Cultura del Chaco. Publicó Apuntes sobre cine (El Liberal, Corrientes, 1979); Chaco, presente y perspectivas (Ed. Del autor, Chaco, 1984); Oficio y otros cuentos (Ed. Amarú, Buenos Aires, 1984); Desde el silencio, (poemas Ed. Amarú, Buenos Aires, 1985); Curanderismo (Segundo premio ensayo Subsecretaría de Cultura del Chaco, Resistencia, 1999). Tiene para su publicación ensayos, cuentos y novelas. Secretario gremial de la SADE (Seccional Chaco). Jurado en diversos concursos de cuentos y poesía. Integra comisiones, entidades gremiales, culturales y distintas instituciones comunitarias.




Yo, el otro(Libro: Cuentos cortos y nómades, Oscar H. Pralong)
“Lo horrible es sentirse incapaz de contener, no un tren, sino una miserable razón humana que huye con las válvulas sobrecargadas a todo vapor” (Horacio Quiroga, Más allá).

Ya estoy despierto, no cabe duda. Estoy despierto. Lo extraño es que en la vigía continúa el sueño. Allí está el otro. Si el otro, mi igual. Gemelo desconocido. Me mira desde la ventana de mi cuarto, su aspecto es serio, imperturbable (claro, yo tampoco digo nada), su cara tensa, casi triste. El bigote desprolijo, el rostro triangular. No hay duda: es mi cara. Está serio, parece apesadumbrado. Tiene mi estatura y mi ropa.
Me toco, me palpo, estoy despierto. He soñado toda la noche. Soñé un hombre igual a mí, lo soñé una, dos, tres, cien veces… pero ahora estoy despierto y el gemelo de mis sueños sigue ahí. Intento hablarle, solo muevo los labios. Las palabras se nos congelan. Únicamente se escucha nuestra respiración agitada.
Ya estoy parado en mi habitación y él en el patio. Lo veo a través de la ventana abierta. Contemplo la habitación: una espiral consumida, un libro a medio leer, la cama desecha, las sábanas arrugadas, amontonadas, la almohada húmeda de transpiración, rastros de una noche de verano, insomnio y pesadilla. Miro mi pieza, refugio imposible. En ella estuvo toda la noche mi igual.
Pensé que se iría con la luz del día; ya es de día y está allí parado con sus ojos de color indefinido (como los míos), las cejas espesas y mis finas arrugas en la frente.
Me acerco a la ventana y retrocede. En un primer momento pienso atacarlo. Pero no, mejor lo sigo. Sí… lo sigo, me dirijo hacia la puerta.
Cuando salí al patio, él cruzaba la calle, lo seguí, en el momento en que dobló la primera esquina apuré el paso. Caminaba con ganas, devorador de veredas, se nota que le gusta caminar. Como yo. Camina hacia las calles céntricas, donde el tránsito (ir y venir de personas) se espesa. Extraña vocación de colmena. Cruza la calle, dobla, me cuesta trabajo identificarlo. Se pierde y reaparece. Otras esquinas, otras calles. Laberinto y vorágine de personas. Lo veo otra vez, inconfundible se desliza con andar campechano por veredas repletas. Se pierde de nuevo. Creo que lo veo… ya no está, lo busco. Llegó a una esquina, esta vez no tengo la menor idea para qué lado dobló. Miro hacia todas partes, continúo buscando, camino. Ya no está. Se habrá borrado el sueño prolongado en la vigilia, tal vez. Sigo caminando, caminar me tranquiliza. Muchas calles, muchas veredas. Al apaciguar mis pasos en la calle ancha, lo veo a mitad de cuadra, es él y me está siguiendo…
Mis pasos caminan parques, esquinas, plazas. Acostumbrado a que me sigan policías de civil, he de fatigar distancias hasta perderme. Es inútil, me sigue desde la otra vereda. Creo que ya lo he perdido, cuando veo su imagen en una vidriera. Sí, es él, no quiero darme vuelta, es él, vestido como yo. Un relámpago difuso en el vidrio en una ropería, tiempo suficiente para saber que es él y… me sigue. Continúo caminando. Cambio varios rumbos, voy por veredas desparejas y despobladas. Estoy lejos, pero me sigue. Doblé una esquina de paredes despintadas, me paré a tres metros, esperé, escuché sus pasos (acostumbrados a mil calles y de andar campechano), como yo. Dobló la esquina y se detuvo. No me buscaba… esperaba, seguro de encontrarme.
-Usted me sigue…
-El que me sigue es usted.
-Sos policía…
-Callate, cana hijo de puta.

Solo se escuchó el ¡Clak! Opaco de la sevillana, que se abría al salir del bolsillo.


(Mención de Honor y Mención Especial. Certamen Literario Nacional Junínpaís. Junín, Buenos Aires, 2006).

1 comentario:

  1. me encantó tu cuento escrbamosnos,estemos en contacto, sos un gran escritor
    te felicito! humildemente, como lectora..anque yo también escribo...pero no desde "Letras" sino desde el "Psicanálisi" y las cadenas que él rompe...

    23 de agosto de 2009 14:47

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