lunes, 12 de diciembre de 2022

El andar de un separado

Novela en crudo, sin revisión.

Capítulos del 1 al 15


por Juan C. Starchevich

 






Capítulo 1

    El reloj situaba sus agujas alrededor de las nueve de la noche mientras Guillermo, luego de un trote de dos kilómetros, se aproxima a los elementos de gimnasia plantados en el esparcimiento sur del terreno del ferrocarril, donde se hacen abdominales con unos, cintura y brazos con otros, piernas en sentadillas y en movimientos aeróbicos que Guillermo no sabe muy bien cómo utilizarlo. Está solo en el lugar, nadie a la vista, mientras se sube con dificultad al ejercicio de piernas en movimiento que no lo hacía correctamente. Una mujer se acerca y se sube al balancín de piernas adyacente al de Guillermo y comienza a hacer los movimientos de piernas correctamente inmediatamente al lado de Guillermo.

El Guille, hombre recién separado de su mujer, con cincuenta y dos años de edad, debe cuidar su salud y su estética en dietas de alimentación y gimnasia para poder vivir sanamente la mucha o poca vida que le queda por delante. Siente que ya es demasiado adulto como para iniciar una pareja, entonces piensa y piensa mientras se mueve, hacia un horizonte que se muestra muy oscuro todavía. Ha desechado la idea de mirar a cualquier mujer porque en su mente existen los vestigios de su reciente matrimonio interrumpido, las ruinas del matrimonio destruido, donde ha mantenido fidelidad a una sola mujer durante veintidós años. Le parece totalmente inmaduro, de su parte, intentar a esta edad una nueva relación de pareja. Así como él se siente fuera de carrera, también piensa que a esta edad todas las mujeres lo verían del mismo modo. Por lo tanto su aspiración personal solo se dirige a pensar qué hacer con su vida de ahora en más.

En este balancín de piernas, mal parado, Sofía le dice: —Tenés que hacer así—, mostrando sus propios movimientos y posición adecuada. El Guille se sonríe y le responde: —Gracias, es que esto es muy nuevo para mí—. Siguieron en silencio en movimiento uno al lado del otro sin ni siquiera mirarse el uno al otro. En la mente de Guille se encendió una lamparita que lo hace pensar: — ¿Será? No, no puede ser posible. ¿Cómo puede ser si soy un viejo y esta chica se ve mucho más joven que yo? ¡No, no, definitivamente no! Seguro esta chica se acercó para no estar sola—, moviendo más su mente que sus piernas, mientras el único sonido que se siente es el de los movimientos de los aparatos.

—Yo siempre vengo a hacer gimnasia y nunca te he visto por aquí—, sonriendo dice Sofía dirigiendo su mirada a Guille.
—Es que desde hace muy poco estoy acá. Antes vivía en otra ciudad— Responde suavemente Guillermo mirando los ojos claros de Sofía.

—Hermosas noches primaverales que con gusto transitaría estas calles en mi auto, aunque no es nada divertido pasear solo jajaja—, como sacudiendo un abrigo sacado del baúl con olor a naftalina larga su primer zarpazo este viejo león que logró erizar su melena frente a la tierna gacela que sonriente se echó en su vacío plato de comida.

—No está mal esa idea y tal vez no tardes en encontrar alguien que te acompañe—. Sutilmente y como esa gacela ágil que de un solo salto puede escapar del plato del león sin sufrir ningún rasguño, Sofía responde cómodamente a la indirecta de Guillermo.

—Yo vengo todos los días y quizás nos volvamos a encontrar—, se despide Sofía diciendo adiós con el movimiento de su mano.

El león quedó con los ojos brillando y su lengua seca sedienta de sangre. Cambiaron todos sus objetivos, se olvidó de los posibles planes futuros y enfocó fijamente en la atención exclusiva hacia Sofía. En sus planes estaba hacer gimnasia día por medio solamente, pero ahora tendrá que ir todos los días con la esperanza de encontrar nuevamente a su ágil gacela que sabe escurrirse muy hábilmente de sus garras.

Sofía tiene treinta y siete años, belleza media, cabello rubio a marrón claro casi llegando a sus hombros, ojos verdes, ni gorda ni muy delgada; Hija de un ucraniano y una criolla, donde predomina su sangre paterna. Quiso ver como se alejaba pero ya se había perdido de vista. Apareció de la nada y así mismo desapareció también. Quizás solo fue un fantasma, una ilusión que le jugó una broma del destino a este viejo que se encuentra solo y divagando pensamientos incoherentes en esta noche donde a él solo se le ocurrió hacer gimnasia a esta hora.


    Guille llega más temprano al lugar de gimnasia para cubrir una franja horaria más ancha por si acaso Sofía va y se retira antes. A esta hora hay varios gimnastas masculinos y femeninos haciendo distintos movimientos, caminando y algunos haciendo algún trote en la banquina con piso de ladrillos al costado de una avenida pavimentada de alrededor de un kilómetro y medio de largo.

Ve a lo lejos la silueta de Sofía que camina acercándose a él por la vereda de la avenida y en algún punto se da el encuentro entre ellos dos. Ambos se detienen y se saludan con una sonrisa. — ¿Caminamos juntos?— Propone Guillermo. —Dale, acompañame de regreso—, dice Sofía, haciendo una invitación con el movimiento de su brazo.

—Veo que venís solo, ¿acaso no tenés mujer?—, como al descuido acomete Sofía.
—Tenía, pero estoy separado hace casi un año— Responde Guille. —Ahh— dice Sofía como sin darle importancia.

— ¿Y vos?— pregunta Guille. —Yo también estoy separada y vivo con mi hijo— Responde como al descuido.

—Vamos a hacer algunos abdominales y flexiones de brazos—, propone Guille. —Bueno, también podemos hacer algo de cintura en aquel aparato— dice Sofía.

Trabajaron en conjunto ayudándose mutuamente en algunos ejercicios donde debían sostener al otro de los tobillos para hacer mejor los abdominales. Se despide Sofía acordando encontrarse nuevamente al día siguiente, dejando a Guille con una gran ilusión en algo donde vuelve a nacer la esperanza.

—Nos llevamos bien haciendo gimnasia, ¿no te parece?— Dice Guillermo en el encuentro de este próximo día.
—Sí, y creo que podremos llegar a ser buenos amigos— Responde Sofía apoyando su mano sobre el hombro de Guille.

— ¿Aceptarías la invitación a cenar una comida que yo mismo voy a cocinar?, propone Guillermo mirando dulcemente a Sofía.

— ¿Que un hombre cocine para una mujer? ¡Eso no me lo voy a perder! ¡Acepto, sí, sí!—, con mirada alegre responde Sofía.

El león saca pecho y lo golpea con sus dos patas delanteras en signo de triunfo al sentir que ha atrapado a la gacela, pero en realidad fue la gacela quien atrapó al león y lo va a arrinconar dentro de su propia cueva.

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    Noche temprana de esta primera nueva cita cuando se oye el sonido del ciclomotor de Sofía en la vereda de la casa de Guillermo, mientras este está armando unas milanesas para luego cocinarlas con papas fritas y una ensalada de lechuga, tomates y zanahorias ralladas.

Sofía, curiosa, quiere saber cómo cocina su anfitrión y se sienta muy cerca para no perder ningún detalle. Se ofreció a colaborar preparando la ensalada, pero Guille le dijo que ella es la invitada de honor, aun cuando es la única, y no debe hacer ninguna tarea.

Sofía se siente espléndida, nunca había tenido la experiencia que un hombre cocine para ella y solo se limite a comer y disfrutar. Aquí venció el león, sin zarpazo, sino con seducción. La gacela ya no pudo escapar por ser la seducción más letal que cualquier arma de caza.

—Ahhhh, ¿así que con esa venimos? Ya vas a ver lo que es la seducción femenina—, piensa en silencio Sofía mientras ambos disfrutan de esta hermosa cena.

Hablaron de cosas románticas con gestos seductores como al descuido tratando cada uno de impactar al otro, luego Sofía se levanta de su silla y se ubica detrás de Guille dando un suave masaje con sus manos en sus hombros, luego se inclina y le da un beso en el rostro. Se encendió la mecha de la dinamita y ya nadie puede escapar. Guillermo se puso de pie y por primera vez comenzaron a besarse en la boca y cada vez con mayor pasión como si cada uno fuese un helado sabroso en un cucurucho en sus manos que con los labios y la lengua lo devoraban como dos hambrientos insaciables.

Con movimientos suaves y sin apuros ni violencia, Guillermo comienza a desvestir a Sofía, con mucha lentitud en una danza que parecía eterna mientras Sofía se derretía como un helado puesto al sol. La dejó solo en ropa interior mientras le acariciaba todo el cuerpo dando suaves besos en su cuello, en las partes descubiertas de sus senos, en la espalda, el ombligo, mientras suavemente acaricia sus piernas y sus nalgas. Sofía soltó su primer orgasmo, aún con su ropa interior puesta, parecía que ya se iba a caer en el suelo cuando Guille la toma con sus brazos, la carga como a una novia y la lleva a su cama.


    La gimnasia diaria pasó a ser día por medio y disminuida porque el amor y la gimnasia no son muy compatibles cuando el amor se hace más intenso. Llega Sofía en su motito, la guarda en el interior de la casa de Guille. Ella levanta el asiento y saca del baúl de su moto una pollerita de jeans que se cambia guardando su pantalón en ese lugar y saluda con un hermoso beso a Guille.

—Dentro de unas horas van a venir unas amigas a buscarme para ir al bailable, ¿Querés ir con nosotras?— pregunta Sofía.

—No, se van a sentir mejor si van ustedes solas— Responde Guillermo.

Comenzaron las caricias y los besos. Las piernas que se ven con esa seductora minifalda, desmoronan de lujuria a Guillermo y, sus caricias en todo el cuerpo desmoronan de lujuria a Sofía. Es como una danza, una danza que contiene un hechizo que los convierte en dos adolescentes sedientos de placer, una sed que parece imposible de aplacar, una sed que los hace animales en celo que se lamen, se chupan, se muerden. Hay rasguños, penetración y suspiros cavernícolas, hasta quedar exhaustos los dos sin poder moverse por un rato.

Sofía, luego de bañarse, vuelve a ponerse su pantalón de jeans y guarda su pollerita que ya cumplió su objetivo seductor.

—Esto despertó mi apetito— dice Sofía, mientras Guille mete una pizza en el horno y saca una cerveza de la heladera. Concluyendo la cena, llegan las amigas a buscarla para ir a bailar.

—Guille, ¡vamos al baile!— Gritan las amigas de Sofía desde una camioneta. —No. Vayan ustedes no más, yo me quedo— dice Guillermo, que ya bailó demasiado por hoy, luego comió y tomó cerveza. Lo único que desea ahora es descansar y dormir plácidamente. —Jajajaja, ¡con Sofía no se jode! jajaja— se oía desde la camioneta que ya comenzaba a acelerar.

    ¿Qué buscaba Sofía de Guille? Jamás le pidió dinero ni cosas, ni regalos. Tampoco le pidió que la llevara a algún lugar en el auto. Solo iba a su casa, se amaban y comían. Ella podía comer en su casa, como también podría tener sexo con cualquier joven que le gustara. Nunca supo Guille por qué lo eligió a él, siendo que anteriormente no lo conocía.

Se oye unos suaves golpes en la puerta de la casa de Guille; Sofía con tres amigas lo vienen a visitar, una de ellas, Rosa, tiene veintidós, Jimena, veinticinco y Paulina treinta años de edad. Se engancharon en los mates que estaba tomando mientras se acomodan en las sillas alrededor de la mesa redonda. —He Guille, son casi las diez de la noche, ¿no te parece tarde para tomar mate?—, dice Paulina, mientras las otras alegremente la acompañan con gestos de aprobación.

—En Mateo hacen unas ricas pizzas— dice Jimena abriendo muy grande sus ojos como dando una gran idea.
—Compremos dos y algunas cervezas—, propone Rosana levantando el dedo pulgar hacia arriba.

Ruido de botellas vacías se sentían mientras Sofía cargaba los envases en el baúl del auto de Guillermo.

—Vamos todos— dice el Guille y todas se suben al auto tratando de conseguir sus lugares preferidos.

— ¡Bravo, bravo! Dicen, mientras una le rodea el cuello de Guille con sus brazos y las otras le dan palmaditas en la espalda.

—Ehhhh ¡Pareeen!, se mira y no se toca—, de modo gracioso sentencia Sofía a sus tres amigas.

Dieron un par de vueltas mientras preparaban su pedido, seleccionan buena música mientras acompañaban con sus voces y palmas. El pedido ya está listo y salen rumbo a la mesa redonda.

—Guarden sus dineros que yo invito todo—, como un gran caballero Guille invita que guarden la plata que todas ofrecían en sus manos.

Comieron las tres pizzas, bebieron las cinco cervezas y Sofía comienza a levantar la mesa limpiando y acomodando las cosas. Se ubica junto a la pileta de la mesada y comienza a lavar los cubiertos. Quedan conversando Guille con Jimena, Paulina y Rosa.

—Me gustaría venir a visitarte una de estas noches—, dice Jimena con ojos picarescos en complicidad de las otras dos, mientras Sofía no escucha.

—De verdad me gustás mucho—, insiste Jimena.

Regresa a la mesa Sofía y todo quedó como que no pasó nada.

Chicas desinteresadas que solo buscan divertirse, ninguna es prostituta ni nada que se le parezca, solo tienen una mentalidad libre acorde con los tiempos que vivimos en estos inicios de nuevos cambios culturales. Todas ellas trabajan, algunas en comercios, otras en tareas domésticas. Se visten modestamente y no dejan de ser atractivas ni sexis. Aun así, Guille recuerda que Sofía le dijo en la visita anterior: —No me importa que vos salgas con otra, incluso yo te ayudaría a conseguirla, pero, a mí no me ves más—, cuando hablaron del tema de la fidelidad.

Están acostumbradas a compartir todo, pero algunas no están dispuestas a compartir su hombre por más que la nueva cultura apruebe e impulse esta nueva modalidad en las relaciones de pareja. “Se mira y no se toca”, es la nueva regla que dicta Sofía a sus amigas; aunque ellas pueden hacer caso omiso a esta advertencia, porque para ellas, la amistad está primero y todo se convida y se comparte entre ellas. Desde hace algún tiempo habían acordado una regla básica: “Prohibido enamorarse”, aunque no tomaron en cuenta que el amor es irracional y está por encima de toda regla y acuerdos personales.

    —Hay un hombre que me manda mensajes, insiste que quiere ser mi pareja. Yo lo conozco, es un lindo hombre, tiene cien hectáreas de campo y le dio trabajo a mi hijo. Me gusta, pero ahora de vos depende si lo acepto o no—, con ojos mansos Sofía le cuenta a Guillermo.

Guillermo sabe que no está en condiciones económicas como para mantener a una mujer. Sabe, también, que es un crimen hacer sufrir a una mujer y nunca se la puede llevar a un estado económico inferior al que actualmente ella está viviendo. La mujer no está hecha para el sufrimiento y causa mucho dolor al buen hombre cuando esto sucede, entonces, más allá de sus quereres, pasiones y conveniencias individuales, debe darle un mejor camino en el destino de esta mujer que ha ganado su corazón.

—Voy a arrepentirme de lo que te voy a decir—, mansamente comienza a hablar Guillermo. —Ese hombre te ofrece compartir contigo sus bienes y su vida, incluso se ocupa de tu hijo al darle un trabajo. Ya no tendrás que trabajar más en forma individual. Ahora tu trabajo será en una nueva familia con mucha solvencia económica que yo no te puedo dar. Porque he logrado amarte, te aconsejo que lo aceptes y hagas familia con él—. Mostrando un rostro como con cansancio, Guillermo bendice un mejor camino en el destino de Sofía.

Ha pasado una semana, cuando rompe el silencio de esta noche unos suaves golpes en la puerta de Guillermo. Sofía viene a visitarlo y le cuenta que ya se ha arreglado con este nuevo hombre y que van a vivir juntos en su casa en el campo…

—Estoy en mi casa— Responde al teléfono Sofía. —Estoy acostada mirando la tele—, sigue respondiendo. —No, no, no, ya es muy tarde y estoy acostada, mejor mañana nos vemos— Cierra la conversación y guarda su teléfono.

La pasión y el deseo siguen de pie entre ellos dos y se quedaron un buen tiempo en la cama amándose con fuego hasta que finalmente Sofía regresa a su casa.

Pasando dos o tres días Sofía vuelve y se la notaba muy incómoda mirando para todos lados al ingresar en la casa de Guillermo.

—El fulano me vigila y tiene un amigo a media cuadra de aquí que le cuenta que vengo a tu casa. Así que dentro de poco tiempo ya no podré venir más—, dice Sofía como si tuviese un par de ojos que le presiona su nuca.

Ya no fueron a la cama, se acostaron en el suelo desplazándose por todo el comedor haciendo el amor con un fuego salvaje.

Esta fue la última noche de encuentro con Sofía, han pasado seis meses en esta relación de pareja que hoy ha marcado su final para siempre.

 
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    La mañana está tomando color intenso con un sol que va ingresando con decisión y bravura en horas próximas al mediodía mientras Guillermo hace sus compras en el supermercado local. La gente mira los precios y vuelve los productos a su lugar en las góndolas. En estos tiempos ya no se ven carritos llenos para la compra, sino muy modestamente cargados con lo básico e indispensable. Ocho clientes están, con números en las manos esperando ser atendidos en el sector fiambrería cuando él se aproxima a buscar su turno.

—Hola Guille, ¿cómo estás?—, sorprende de golpe la presencia de una vieja amiga que parecía salirse de alguna góndola mezclada con algún producto.

—Hola Suni, ¡qué sorpresa! Estás más delgada, ¿acaso estás haciendo alguna dieta?—, piadosamente le miente a su gordita amiga que se sintió muy feliz al oír esta observación.

—Es que comencé a ir al gimnasio y los días de semana como solamente comidas dietéticas—. Como una maestra de grado responde la gorda, como enseñando su plan de adelgazamiento en voz alta para que varios la escuchen.

— ¿Qué es de tu vida? ¿Seguís solo o ya encontraste alguien que te haga sentar cabeza?—, —Sigo solo— responde el Guille.

—Me gustaría que conozcas a una amiga mía que también está sola. El marido la dejó y está muy triste— dijo Suni esperando una respuesta afirmativa de Guille.

Cuando alguien elige algo para sí mismo se fija en varias cosas que hacen al producto, el estado de conservación, fecha de vencimiento, apariencia, calidad, marca, etc. Pero cuando alguien elige para otro, muchas veces es para sacársela de encima y se la enchufa para que el otro se haga cargo, así que no es muy conveniente aceptar muy a la ligera este tipo de ofrecimiento.

Por otro lado, cuando el indio está hambriento come perros, serpientes y cualquier cosa que se mueva en la tierra, en el agua o en el aire. Guillermo está en este estado indio, por lo tanto solo le dijo que sí y que prepare una cita con ella.

No se hizo esperar la celestina que le consiguió una cita para esta misma noche. Sorprendido nuevamente Guillermo rápidamente recordó aquella frase que dice: “cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía”. Bueno, con probar no se pierde nada, pensó para sus adentros. También se acordó de aquel triste hecho del avión que quedó en la cordillera de los Andes cuando los hambrientos sobrevivientes se comían a los desdichados fallecidos. Así que se preparó para ver a la amiga de su amiga esta misma noche. Quizás debía pintarse la cara con betún negro y vestir con ropa militar de fajina.
 
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    Van dando las nueve de la noche cuando Guillermo se aproxima con su auto al lugar de la cita. Estaban de pie esperándolo Suni con una mujer gordita tirando a más gorda, petisa casi de figura cuadrada, cabellos gruesos de color negro, una calza ajustada que nadie sabe cómo logró ponérsela, zapatillas tenis y una camisola a cuadros de varios colores.

—Esta es mi amiga Jasmine, te la presento. Este es mi amigo Guillermo, te lo presento. Bueno ahora me tengo que ir porque quedó mi hija sola en casa. Nos vemos y que la pasen bonito—. Dijo Suni como saliendo al escape quizás temiendo que Guillermo le dé algunos golpes.

Hay negras o negritas que son preciosas, muy sexis y llamativas. No es este el caso, sino que parecía el rostro de un boxeador injertado en un feo cuerpo de mujer. Bueno, pensó el Guille, le voy a dar una vuelta a la manzana e inmediatamente la dejo en la misma esquina donde subió. Tendré que pensar en alguna excusa o simplemente la bajo y ya está.

El hambre tiene cara de hereje y estaban hambrientos los dos, tal que haciendo las primeras dos cuadras Jasmine dice: — ¿Dónde vivís?—. —En Moreno al 1450, en frente de la carnicería El Camaleón—, responde Guille mirando al frente. — ¿Es grande tu casa?— con curiosidad pregunta Jasmine. —Me gustaría conocerla—, insiste.

Recalculando, modifica su trayectoria el auto de Guille que finalmente estaciona frente de su casa.

Saca de su heladera una cerveza bien helada y un frasco de aceitunas. Un paquete de maníes salados que chapó al paso de una alacena y un par de vasos que ubicó todo sobre su mesa redonda de plástico. La vio por primera vez a plena luz y era más fea que en la sombra. Comenzaron a hablar y ella resultó ser muy agradable, tiene una hermosa belleza interior pero que no alcanza a vencer su fuerte apariencia externa, aunque quizás un poquito la mejora, luego de unos tragos mejoraba un poquito más y otro poquito más. Es fea pero tiene su magia que la atenúa.

— ¿Hace mucho que estás solo?— pregunta con voz casi seductora. —Solo un par de meses—, responde Guille.

—Yo también estoy sola y la última vez que tuve sexo fue hace cinco años—. Arremete Jasmine.

Hace cinco años sin sexo. Todas las mujeres dicen lo mismo, ¿acaso el cinco es algún número profético? ¿Se han puesto de acuerdo todas para decir lo mismo? Todas las mujeres están sin sexo durante cinco años y al año siguiente dicen lo mismo. ¿Por qué la mujer finge no tener sexo frente a un hombre que le interesa? Como que en el plazo de cinco años la mujer se purifica del espermatozoide masculino o algo así. De hecho no es creíble, por no decir directamente que es una mentira, porque seguro que la semana pasada o hace dos días tuvo una terrible encamada que no quiere contar. Seguramente piensa que si dice cinco años es bastante tiempo como para que el hombre la considere virgen o algo así.

Pero una cosa sí es cierta. Las feas dan el mejor sexo, son unas verdaderas artistas en la cama y, cuando se apaga la luz no luce la belleza ni asusta la fealdad. Así que a poner la cara de perro, mirar para el costado y darle maza hasta que bajen los caramelos.

Y así fue, Se apagaron las luces, todas, se quitó la calza y comenzó a seducir a Guillermo recostado en la cama. Es una maestra en el arte del sexo, casi logra ponerlo de rodillas al Guille que se les puso duro hasta los pelos de la nariz. Hay varios cambios de posturas que disfrutan los dos, cada una mejor que otra; casi se incendia el colchón con tanto fuego que arde encima de él. Finalmente llegan al orgasmo con ella sentada encima de él, que entre las sombras daba la apariencia de un gorila que daba saltos de triunfo por haber vencido al macho alfa de la manada.

—Mi marido me pidió perdón y quiere volver conmigo—, le cuenta a Guillermo, luego de pasar una semana de la primera cita.

—Yo pienso que deberías perdonarlo y rehacer tu familia—. Responde Guillermo, ante la mirada desaprobatoria de Jasmine que se siente despreciada y pone fin a esta incipiente relación.

    Las mesas se distribuyen espaciadamente en un área al aire libre sobre un césped prolijamente cortado y recién regado donde la suave brisa del aire regala una hermosa frescura a todos los que disfrutan de la belleza natural de este lugar tan abierto a una prudente distancia de la ruta en este parquizado habitado por algunos carritos de venta de hamburguesas, pizzas y cervezas que invitan a compartir en paz momentos de ocio y de encuentro entre amigos. Guillermo se encuentra con un par de amigos que lo invitan a compartir con ellos su mesa. Estaban debatiendo sobre el triunfo de las personas y la importancia que tiene en la vida, donde también lo invitan a sumarse. Pedro dice que en la vida hay que hacer cosas grandes para poder triunfar y ser una persona importante. Manuel no alcanza a entender exactamente el significado literal y específico del triunfo en personas que no son eternas y llegan todos, en algún momento, a la vejez y la muerte. Los tres son amigos desde siempre y compañeros egresados de la escuela secundaria, por lo tanto todos tienen la misma edad, aunque el único separado es Guillermo. Los otros dos gozan de la confianza de sus esposas que les permiten salir juntos a charlar y tomar sanamente alguna cerveza.

—He visto muchos triunfadores en su etapa juvenil que no la supieron conservar en camino hacia su madurez—, introduce Guille.

—Estoy muy de acuerdo—, dice Manuel, —Yo también he visto personas muy importantes, famosas y adineradas, incluso de este pueblo, que ahora están re viejos y caminan como si llevaran una gran bolsa de arena en sus espaldas y no alcanzo a ver dónde está el éxito que han obtenido durante tanto tiempo—, concluye Manuel.

Mientras Pedro los escucha con mucha atención y respeto a sus dos amigos, Guillermo lanza una reflexión: — ¿Qué diferencia existe entre un triunfador y un fracasado ante la proximidad de la muerte? ¿Acaso, la muerte no es un fracaso para los dos?—. Se hizo una breve pausa y Manuel tomó la palabra: —Entonces, ¿qué sentido tiene esforzarse para triunfar si al final todo eso se esfuma en el aire que incluso en la misma vejez ya se diluye todo eso? La vejez ya es un fracaso, ya es morirse para luego morirse del todo—.

—Muchachos, entonces ¿qué vamos a hacer en la vida?, ¿nos dejamos estar solamente?, ¿no perseguiremos objetivos que evolucionen nuestro presente?, ¿no hay que estudiar una carrera?, ¿no debemos crecer en nuestras empresas?—. Cuestiona mansamente Pedro.

—Si acaso me decís dónde guardás todo eso, de tal modo que evite tu envejecimiento y tu muerte, entonces te doy toda la razón—. Dice Manuel, —porque tu yo no es transferible. Quién se pone viejo y se va a morir sos vos y eso se llama fracaso—. Concluye Manuel en esta charla de amigos, donde ninguno es profesional en el tema, sino que solo expresan algunas inquietudes.

Existen varios actores famosos con menciones y premios importantes, otros ricos multimillonarios que en la vejez se dan cuenta que en este momento o en el momento de la muerte de nada les sirve la fama ni los premios ni los millones de dinero. La vejez es una pobreza muy marcada, donde comienzan a fallar los órganos, los músculos comienzan a ser inútiles, la memoria desaparece, solo pueden comer comidas insulsas que a nadie le gusta. No existe ser más pobre que un viejo, porque la salud es una de las riquezas más importantes de la vida.

Entonces, ¿de qué nos sirve triunfar, si al final vamos a fracasar igualmente?

Todos estamos destinados al fracaso, porque todos vamos a morir. No importa lo que hagamos en la vida porque al final igual vamos a morir.

El inteligente y el tonto, el rico y el pobre, el famoso y el desconocido, el triunfador y el fracasado. Todos, todos se encontrarán en un mismo punto del limbo de la muerte, todos fracasarán de igual manera, sin ninguna diferencia. Aquí todos somos iguales.

Jesucristo fracasó colgado en una cruz, ha muerto y descendido hasta lo más profundo de los abismos. Si esto termina todo acá, entonces no existe la esperanza. Todo es ilusión. La vida no tiene sentido.

Ser abono para la tierra, diluirse en el aire, regalar la herencia, no es algo que ilusione a alguien, simplemente porque uno deja de existir y no puede sentir el placer de lo que dice que deja.

Si acaso Jesucristo no resucitó, entonces nada tiene sentido. No tiene sentido vivir ni evolucionar ni luchar ni ser famoso ni ganar premios ni ser millonario ni tener buena salud. Nada tiene sentido. La misma vida es un fracaso.

Pero tengo una buena noticia: Jesucristo resucitó y en Él, solo en Él la vida tiene sentido, donde el fracaso de la muerte se convierte en gloria de resurrección, para todos los que están con Él. Así que hay que comenzar a hacer fila para llegar a Él, antes que la vida se convierta en un terrible fracaso.


    —Es que debo responder!—, dice Marcela con el celular en su mano, luego de cinco, ocho o diez mensajes continuos que responde luego de esos tan molestos sonidos de avisos del teléfono que crispan la paciencia de Guillermo, luego de la pregunta:

— ¿La cita es conmigo o con tu celular?—. Convirtiéndose en un simple espectador de una bonita joven que no puede apartar sus ojos del móvil. Casi no hubo diálogo, en realidad no lo hubo en esta cita frustrada entre un hombre de cincuenta y cinco años y una joven de veintiocho.

—Vamos. Te llevo a tu casa—. Inmediatamente, poniéndose de pie la conduce hacia su auto, con deseo de liberarse rápidamente de ella.

—Es que debes tener un poco de paciencia—, con ojos grandes y dedos tecleando mensajes camina como al tanteo Marcela dirigiéndose al auto. —Ya podremos conversar tranquilos, no seas tan impaciente—, responde Marcela con sus ojos fijos en su pantalla.

—Si tanto te interesa chatear deberías haberte quedado en tu casa—, de mal humor responde Guillermo.

—Podríamos encontrarnos la noche de pasado mañana, comemos y tomamos algo en tu casa si te parece—, propone Marcela en el auto ya llegando a su casa.

—Si acaso volvemos a tener esta primera cita, deberías dejar el celular en tu casa. De otro modo no la tendremos—, ya más tranquilo responde Guillermo.

No hubo esa próxima primera cita, quizás a ninguno de los dos les interesa, pero estaba latente, se podía dar en cualquier momento en el futuro.

Pasaron tal vez dos o tres días cuando Guille descubre una solicitud de amistad en una aplicación (app), de las redes sociales, es Eugenia, una mujer de otra provincia, mil kilómetros de ese lugar. En su portal tiene la foto de un barco, por lo tanto, tampoco se conoce su apariencia. Igualmente la aceptó como amiga, total ¿qué más da? Inmediatamente manda un saludo: —Hola, qué tal? Soy Eugenia—. Ninguna importancia le dio Guillermo y no respondió el saludo.

Al día siguiente, insiste nuevamente: —Que tal está la ciudad?, yo acá trabajando todo el día. No paro—. Tampoco tuvo respuesta.

Siguen los mensajes todos los días sin que Guillermo les diera alguna importancia. Vive lejos, no se conoce su apariencia ni su vida ni nada de ella.

—Soy la tía de una amiga tuya de esta misma app—, arranca Eugenia en un nuevo día —Te vi en su lista de amigos y te envié la solicitud de amistad—, continúa. —Nací y crecí allí, pero desde hace varios años me vine a vivir acá—.

—Bueno, me alegro—, responde desinteresado, dejando el chat atendiendo unos temas personales.

—Hace mucho que vivís ahí?—, insiste Eugenia, sin respuesta de parte de Guille.

—Se conocen con Marcela o solo son amigos virtuales?—, comienza un nuevo día intentando una conversación sostenida.

—Solo nos vimos una vez, apenas unos instantes—.

—Algún plan romántico futuro entre ustedes dos?—.

—No, nada de eso—, responde Guillermo. —Sólo fue un intento fallido, nada más—.

—Te puedo preguntar algo personal?— Escribe Eugenia, aunque ya adivina Guillermo hacia dónde se dirige esto, porque todas las mujeres, como poniéndose de acuerdo, como si hubiesen salido de una misma secta, arrancan con esta pregunta donde el hombre ya adivina todo el cuestionario que viene, así que se acomoda bien en la silla sabiendo todas las que se vienen.

—Sí, preguntá todo lo que quieras—, responde este tigre cebado de sangre humana, de nuevas mujeres, de nuevas vidas que embellecen su ilusión de hombre que todavía puede enamorar, que todavía puede ilusionar a una mujer, que todavía puede llegar a vivir en la vida lo que una vida femenina le hace vivir. Vida que hace vivir, ilusión que emerge como magia que embruja al hombre que se cree nada y lo hace sentir importante. Invitación a la vida, vida plena y extraordinaria que hace bailar al hombre el baile de su vida en las ilusiones, en las esperanzas de sentirse muy dentro suyo que puede hacer sentir mujer a una mujer que necesita de verdad un hombre y lo ha elegido a él.

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    Cuando intenta nacer un romance, cuando se dan los primeros pasos de un incipiente encuentro de palabras, empieza a nacer un mundo nuevo, hay creación y milagro, porque desde la nada nace el espacio y el tiempo al ponerse de manifiesto la distancia que los separa, pequeña o grande, que van haciendo este universo que poco a poco se va llenando de luces y colores en este inmenso vacío que poco a poco se va poblando de cosas nuevas, de realidades, ilusiones y promesas. No es el big bang el inicio, sino un acuerdo de voluntades, deseos, ilusiones e inteligencias que estallan en big bang precipitando ordenadamente la magia de lo que parece casual y autónomo ordenando cada cosa en un lugar según una ley precisa llena de belleza y simplicidad, guardando en su seno la gran complejidad del misterio del amor.

Es un embarazo invisible, aunque real y tangible, que indica el inicio de la dimensión del tiempo en la unión de dos corazones que generan el milagro de una vida nueva que entre los dos comienza a nacer creciendo progresivamente como una nueva criatura que necesita alimentos y cuidados. Es la fusión de dos corazones, de dos almas que se van transformando en una sola con la suma de ambos talentos y dones que en algún tiempo de gestación precisa este universo se llena de las riquezas que generosamente cada uno aporta. Es un mundo pretencioso y extremadamente estricto, exige el ciento por ciento de cada uno de los dos para poder formarse completo, sin defectos ni debilidades. La fidelidad de ambos es la ley de esta nueva creación que hace que se vayan completando todos los elementos necesarios de esta nueva entidad surgida de la fusión de ambas identidades que poco a poco de dos se van haciendo uno. De no existir fidelidad, significa que se aporta solo una parte a este nuevo mundo y otra parte va hacia otro lado o directamente cae al vacío derramándose, perdiéndose definitivamente de este nuevo universo que lo necesita vitalmente para formarse, completarse, crecer y nacer en forma completa, pura y no adulterada, al ser el adulterio generador de monstruos e incapaz de bellezas deseadas; como ese niño que se forma incompleto, quizá sin sus brazos, sin sus ojos o quizá sin su nariz, que al nacer inmediatamente muere asfixiado.

Lo invisible se convierte en visible y desde lo visible también surge lo invisible a través de las actitudes que, aun dentro de las simplezas, son generadoras de verdaderos milagros en la vida.

Comienza la danza de la seducción, mostrando cada ser sus riquezas al otro, invitándolo mutuamente a unir sus deseos, pasiones, cuerpos, ilusiones en algo que jamás debería morir, que no sea solo un gasto inútil que empobrece dentro del campo de la mentira, por ser la felicidad un atributo del amor que debe ser perpetuo por ser la felicidad el objetivo primordial de todo ser humano.

Todos somos mendigos, unos pobres mendigos hambrientos y sedientos que transitan la vida en busca del sustento de la compañía, como gran manantial de agua fresca que calma nuestra sed alimentándose el uno del otro en ese sano, urgente y necesario complemento entre el hombre y la mujer como magia envolvente que deja en paz al inquieto corazón.

Cometemos locuras que rompe lo políticamente correcto al ser el amor irracional que se mete con total autoridad dentro de la vida sometiendo a la razón como a una inútil herramienta que debe comenzar a arar nuevas tierras, redimensionar sus metas, abandonar todas las ilusiones anteriores, todos los sueños, para volver a soñar nuevamente lo que el corazón obliga, porque la felicidad solo se logra con la razón sustentada en el corazón, por ser el corazón el lugar donde se encuentra el sentido de la vida.

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    —Revisé tu perfil y vi que estás separado, acaso seguís solo?— Arremete Eugenia como un puñal enterrado hasta el mango.

—Así es, sigo solo y quiero seguir así—, desinteresadamente responde Guillermo.

—Deberías tener una mujer—, como aquel búho sabio que, inconmovible, desde la rama de un árbol mira fijo y sentencia.

—Las mujeres solo me han dado problemas, así que gracias, estoy muy bien así—.

—No debes pensar eso, no siempre las cosas son así—, insiste Eugenia.

—Todas dicen lo mismo, pero luego al hombre lo envuelven, lo dejan solo, le quitan su casa, sus hijos y sus ilusiones—.

—Noto que te encontraste con la mujer equivocada o que quizá no te comportaste adecuadamente con ella—.

—Y yo noto que ustedes siempre tienen la razón, siempre la culpa la tiene el otro. Así que seguí remando que este no es un buen puerto para que amarres—, descarga fuertemente Guillermo ante esta desconocida que ni siquiera por fotos se muestra.

—Tengo cuarenta y ocho años y vos?—, saltando sobre otra tabla de surf Eugenia graciosamente se acomoda e inmediatamente encara el nuevo oleaje.

—Cincuenta y cinco y veo que cuando agarras un hueso no lo soltás nunca más—, casi de mala gana responde Guillermo.

—Jaja, solo si el hueso me resulta interesante—, graciosamente apareció muy bien parada surfeando al final del túnel de una gran ola.

—No mostrás ninguna foto, es que acaso sos invisible?—, curiosamente arremete Guillermo.

—Es que no suelo sacarme fotos, no me gusta. Aquí te mando por privado una donde estoy con mis dos hijos. Ellos ya son adultos. Uno vive con su padre y el otro conmigo. Soy divorciada—.

—Voy a adivinar: Tu marido se fue porque seguro lo tenías con las bolas por el piso, no?—.

—Jaja, no, nada de eso, fue por otras razones—, responde Eugenia.

—En la foto que me enviaste no te veo con claridad, está muy oscura, ¿no tenés otra más clara?—, intrigado pregunta Guillermo.

—Voy a buscar y si encuentro te la envío—, casi justificando responde Eugenia.

—Dentro de dos meses pienso viajar a La Catalpa, tu ciudad, porque quiero visitar a mis familiares, cosa que hago todos los años—. Arrima otra bocha al bochín marcando Eugenia otro tanto en sus puntos.

—Quizás, mediante un café nos podemos saludar, te parece?—, arrimando otra bocha Eugenia persiste.

—Ya veremos, falta mucho todavía—, dice Guillermo.

Y así continúa el diálogo, día a día, conociéndose más, compartiendo gustos en común, alegrías, proyectos, temores, etc., mientras van pasando los días llegando casi los dos meses cuando Eugenia anuncia la hora de salida del micro desde la gran ciudad y el horario de llegada a La Catalpa.

—Voy a parar en la casa de mi sobrina Marcela, tu amiga. Podrás buscarme de allí para ir a tomar ese café que me prometiste—. Anuncia Eugenia desde la terminal de micros de la gran ciudad.

No le envió esa nueva foto que le había prometido, así que Guillermo no estaba seguro con lo que se iba a encontrar. La foto está muy oscura, no sabe si le va a gustar. Quizá la invitaría a cenar, pero si acaso no le gustara sería mucho el tiempo, entonces pensó en un café que es más rápido, por las dudas se quiera ir en poco tiempo, o quizá sea mejor solo dar una vuelta a la manzana y llevarla de regreso si no le resultase agradable su figura.

Ya está en La Catalpa, ya está en casa de Marcela, ya está a la espera de Guillermo que en veinte minutos la va a pasar a buscar.



    Curiosa tardecita de un invierno sin frío con veintiún grados de temperatura se aproxima el auto de Guillermo a cinco cuadras de la casa de Marcela, lleno de incertidumbre y curiosidad ante el desconocido aspecto de Eugenia. Aminoró la marcha con la duda de hacerse presente a la cita, se detuvo a tres cuadras y se puso a pensar si de verdad valía la pena ir al lugar, porque ¿qué pasaría si esta mujer no le llegase a gustar?, ¿cómo será su apariencia?, ¿lucirá como vieja?... ¿Voy o no voy? —He pasado por tantas batallas!—, piensa en silencio. —He recibido tantos golpes en la vida—, continúa meditando. —No voy a achicarme justo ahora—. Con la cabeza en alto y con total determinación acelera y estaciona al frente de la casa de Marcela.

Con figura delgada se acerca esta mujer con anteojos claros de marcos juveniles, de un metro con sesenta y dos de altura, rostro pequeño y muy suave, cabellos lacios y sueltos teñidos de un rubio a la moda, camisa blanca con algunos bordados al frente, pantalón jean celeste con roturas leves, zapatos con realce; muestra una figura hermosa y juvenil esta mujer de cuarenta y ocho años que pareciese tener muchos menos… — ¡Me gusta!... ¡Es hermosa!—, resonó en la cabeza de Guillermo ante la sorpresa de esta esbelta mujer que sonriendo graciosamente se aproxima a su auto. Inmediatamente se baja para recibirla y abrirle la puerta invitando a subir, de paso él también se muestra a ella dando la posibilidad de continuar o arrepentirse, pero felizmente se saludaron con un beso en las mejillas y emprendieron el viaje de paseo hacia el café que habían acordado.

Aunque no se conocían físicamente tuvieron largas conversaciones durante varios meses que hicieron muy simple retomar el diálogo con total naturalidad. Él ya no quería que este primer encuentro durase poco, como el tiempo de un café, debe ser más largo y si es posible toda la noche. Aparentemente ella quiere lo mismo en este mundo de misterios en la romántica fantasía de un Cupido que, de un solo disparo, atravesó con su flecha los dos corazones.

Con rostros alegres van conversando mientras pasean por la ciudad hablando del viaje y de cosas que se dicen cuando dos personas se encuentran y se van conociendo mejor… — ¿Realmente querés ese café o preferís una cena en mi casa que yo mismo la prepararé?—. —Prefiero la cena en tu casa—, responde Eugenia.

—Podemos comer tallarines o un guiso de fideos o arroz, un churrasco con ensalada… o hígado con cebollas y morrones—, anuncia Guillermo.

—Me gusta el hígado de todas formas, incluso solo. Además en ningún lugar te lo sirven. Así que definitivamente elijo hígado—, responde Eugenia.

Al llegar a la casa ella se sienta a la mesa redonda con movimientos muy finos y femeninos mientras continúan conversando mirándolo y sin prestar mucha atención el modo en que prepara la comida.

Guillermo tomó un diente de ajo, cebolla, morrón; sacó de la heladera el hígado y comenzó su trabajo cortando el hígado en cubitos… En una olla mediana tiene listo este manjar que le encantó a Eugenia.

— ¿Cómo es tu trabajo?—, pregunta Eugenia, luego de la sobremesa.

—Vení, te muestro—, le responde, invitándole al cuarto de su estudio donde tiene su computadora.

—Aquí están los planos que me envían; estos son los dibujos que yo hago y las planillas de cálculo. ¿Que tal si escuchamos música? No deseo aburrirte con todo esto—, dice mientras comienzan a revisar las variedades musicales en una aplicación de la computadora.

Nadie mira el reloj, a ninguno le interesa la hora, están a gusto sin importar si la noche es larga o amanece. Viven su mundo creando su propia magia que los aparta del universo que los rodea.



    Ella es una princesa en sus actitudes, su forma de caminar, de hablar, de mirar, de sonreír, de opinar, de ser, que sin palabras obliga graciosamente a sacar desde lo más profundo del hombre ese caballero escondido que lo tiene oculto desde hace muchos años muy dentro suyo o quizá inexistente que inmediatamente debía comenzar a crear desde la grandeza femenina de esta mujer.

En una sola noche aprendió que debe comportarse de modo diferente ante una mujer. Ser caballero no es un simple título, sino un conjunto de actitudes que eleva la dignidad del hombre exaltando a la mujer, como ese hermoso gesto de ponerse de rodillas ante ella ofreciendo su mano firme y fuerte en protección. Ponerse al servicio de ella, respetándose como alguien grande, que realmente lo es, sentir así, ser así. Postrarse ante su persona, ante su belleza, ante sus debilidades y fortalezas, ante su feminidad, ante su misterio de mujer que cautiva al hombre y le obliga a dirigir su mirada hacia ella. Misterio que hace evolucionar de un solo salto al animal que se convierte en humano, al macho que se hace hombre. Ya deja de ser animal, deja de ser macho, ahora comienza a ser caballero como atributo esencial del verdadero hombre.

Recuerda con mucha pena y arrepentimiento el modo en que ha tratado a otras mujeres. Recuerda a Sofía y le duele ¡Qué animal que fui! Recuerda a Jasmine y le da vergüenza de cómo ha sido con ella. Recuerda su pasado y solo se ve un macho, un estúpido animal que se creía un hombre.

Se dio cuenta cuán desprotegida está la mujer de hoy porque el hombre ha dejado de ser humano y solo la busca para satisfacer sus deseos egoístas que la obligan a refugiarse en organizaciones feministas que las masifican haciéndoles perder la belleza de su naturaleza de mujer.

El hombre ha involucionado a tal punto que se ha convertido en una bestia, ya no sabe si es hombre o mujer o si acaso es algo intermedio entre ambos. La mujer también se ha soltado de su destino y hoy es presa de buitres que se alimentan de su vientre. Se necesita urgentemente que la mujer sea femenina y no feminista; y el hombre, un caballero y no un macho ni un confundido.



    Se hizo tarde la noche en un mutuo cortejo de estos dos seductores que fingen ser de la realeza. Es una seducción diferente, una primera experiencia para Guillermo que debe tomar el personaje de aquel caballero de historietas que se empeña en conquistar a la princesa del castillo y debe improvisar porque nunca leyó Romeo y Julieta, tampoco El caballero de las rosas rojas, pero vio muchas películas donde muestran estas cosas, así que, ¡al escenario!

—Puedo llevarte a casa de Marcela, aunque ya es muy tarde y la tendrás que despertar—, ofrece el caballero como tomando las riendas de su caballo.

—No importa, se va a levantar igual, soy su tía favorita—, suavemente susurra la dama. —Pero no hay apuro, la estamos pasando bien escuchando esta linda música—, tomándole la mano a su caballero y aproximándose hacia él como invitándolo a bailar.

Surge el primer beso, el primer abrazo, el primer contacto de tocarse ambos cuerpos en ese primer beso, en ese primer abrazo. Luego, tomados de la mano Eugenia eligió nueva música y expresó el deseo de tomar algún trago. Guillermo va a la cocina, puso hielo en ambos vasos, Martini blanco hasta la mitad, un buen chorro de Gin, soda y regresa con ellos al lugar de la música.

—Voy a prepararte la cama para que duermas aquí, así no molestás a tu sobrina—, poniendo sábanas y almohada en la cama de la pared de enfrente a la de la cama de Guillermo. Pero esto ya no se muestra en las películas, en ellas el caballero se despide, monta su caballo y se va, mientras la dama cierra su puerta y ventana, apaga el candelabro y se va a dormir.

Ya está fuera de trama y no sabe cómo sigue ni cómo debe comportarse un caballero de ahora en más, para seguir siendo un caballero. Así que habrá que improvisar.

—Aquí está tu cama lista para cuando quieras, aunque me gustaría que duermas conmigo—, sin darse cuenta, el caballero se está saliendo de la película.

—Me gustaría dormir con vos en tu cama—, responde Eugenia, saliéndose también de la película, donde ya no había ni caballero ni dama ni princesa.

Es una cama de plaza y media, pero se las ingeniaron para estar cómodos los dos hasta cerca del mediodía cuando van de regreso a casa de Marcela.

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