jueves, 21 de octubre de 2010

Planteo de Eternidades

por Germán Stácul, alumno de 5º año Escuela Técnica de Charata, Chaco.

Inequívocamente ha salido una de las más intrincadas abstracciones en la que la persona, en algún momento de la existencia, se resuelve o resolverá aventurarse, como en este caso. Lo que atrae de este pensamiento, popularmente es la esfera atemporal en la que sume dicha concepción, pretende socavar toda presencia de ese regulador, aún ignoto en sentido de eficiente manipulación y conservación que representa el tiempo; se sugiere un campo de perpetuidad en el orden de acciones, relegándolas a una sumatoria que confeccionaría al todo, incorruptible e inmutable, carente de agente físico y quizás metafísico, y, en tanto al egocentrismo del ser humano, se requiere más que una trascendencia; establece la proyección del mismo a un plano “astral” en el que ya no rigen la armonía ni las especulaciones simétricas, todo se sumerge en un caos primordial, en frases inconexas de una oración, en divergencias pavorosas de una seria, que rompen la estructura de la eternidad popular: la vida infinita.
Claro, lo burdo es el hecho de comparar eternidad e infinidad y ligar ambas ideas estrechamente, a lo que sale a flote el problema del ser como eterno, y también en un sentido teológico, a una pregunta bastante común pero cuya respuesta puede resultar profunda: ¿es posible, en una objetividad propia del ente como tal, en cualquier jerarquía de atmósfera o ámbito, un “dios”? ¿Qué nos relaciona a él? ¿Cómo?, esto partiendo evidentemente de la mencionada atemporalidad característica de lo eterno disuelto en lo infinito, es decir la no existencia de principio ni final, ni de espacio ni materia, se desvanece al tiempo, se imprime su simbolismo de mutador en nimio celuloide, sometido a eso, trivialidad ubicua entre las proyecciones descriptivas; de qué sirve entonces la tan célebre expresión E=m.c^2 esclarecida al mundo por un fiel fanático del tiempo como Einstein, en lo eterno por supuesto; donde se desarrollaría el alma, patente energía,, en un hábitat sin dimensión ni esencia, y lo que más importa: ¿en qué consistirá el goce de la eternidad, y por qué el hombre se ajustaría, en la esperada decadencia, a algo que no le provoque un beneficio motivador? Además, con qué sensatez afirmamos la idea de un universo eterno, si también poseemos un paradigmático Big Bang, y un nada menos genial Big Crash, indicadores bastante razonables de un origen y longevidad dudosos. Mas no cavilen vacilaciones de formas perfectas en arquetipos espaciales ni deformaciones espacio-temporales para suprimir opresiones alusivas al ser, pues qué es sino la eternidad, una manera piadosa de superar al existencialismo injertado subjetivamente en el intríngulis multipartito del alma, que bien ha sabido expresar Rousseau con la frase: “el hombre nace libre, pero en todas partes permanece encadenado”; en este caso, ¿individualismo y sociedad, emularían de algún modo una eternidad existencialista, reducida solo al ser por el hecho de ser o al conjunto por extensión? No haría falta un gran iluminismo para comprobar el horror, o por eufemismo angustia, que provocaría la serie de irregularidades armónicas que engendrarían monotonía o rutina perpetua, de las que, en un punto de la línea vital nos percatamos que existen; no sería locuaz decir que el fragor de la vehemencia deseosa de un escape, una rotura con el automatismo, no doblegaría lo lineal del espíritu a un triste garabato banal, de locura, libertinaje constante, un hombre que lacera su razón, convirtiéndose la eternidad en su sádico sometimiento y, a la vez, en su sufrido masoquismo; resulta irrisorio y nefastamente divertido realizar una comparación que zozobra en un apetito carnal, reflejándose en un Cultes des Goules lovecraftiano, en los “artificios” de Borges, un Dante “eternizado” inescrupulosa y jocosamente en su Divina Comedia, o un férreo fresco desfigurado por la abominación que solo la sutil pincelada de Goya, en su lastimera convalecencia, podría inmortalizar de forma irracional en la mente, puesto que cual es la esencia del terror sino aquello que no conocemos. En resumen, constituye, la eternidad, y cabe destacar desde una preconización individualista, una ficción, pues es esta en su quid un espejo subjetivo de la lasciva realidad o verdad. No pretendo en lo más exiguo, con este texto, establecer el concepto único de eternidad, pues requeriría de ella en su plenitud, y en lo que a abstracción se refiere, y de la que difiero en cuanto al mecanismo de desarrollo ideológico de mis prójimos, mencionaría al pensamiento analizado como una potencial quimera, no malentendiéndola como artificio humanista o dialéctica materialista; sino un todo inmerso en la nada, intrincada atmósfera, líquido cósmico y terrenal, inmutable y fluctuante tanto como indescriptible, una sensación metafísica del espíritu sede en la carne, un letargo de éxtasis, sensaciones concentradas en una infinita existencia, dinamismo y quietud, y que comprimiría esto en una sola palabra, más que “eternidad”, expresión menesterosa e inexacta, pero acorde a una proporción minúscula en lo relativo a su ciclópeo misterio; también entiendo que esta prosa es de pobrísimo significado a lo eterno, pero claro, es, y cabe recalcar, un planteo de supuesto, y no una conglomeración factible del universo terminalismo del sustantivo y del adjetivo atribuidos a la palabra.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Si tiene inconvenientes para comentar, me envían el comentario al siguiente correo: jcsingc@gmail.com y yo se lo publicaré.