viernes, 29 de octubre de 2010

Ruego a Dios que no se reencarne

* Al final: La exageración de la muerte, por Gustavo Bunse

por Horacio Vázquez-Rial, para Libertad Digital (España)

La Argentina padeció a lo largo del siglo XX gobiernos que pueden contarse entre los peores de Occidente. Pero de todos ellos, excepción hecha del período de las juntas militares, el de este hombre que acaba de morir lleno de oro y odio fue el peor.

En el otoño porteño de 2003, un personaje inesperado apareció como presidente argentino tras renunciar Carlos Menem a una segunda vuelta electoral. En realidad, en la primera, que resultó ser la única, Kirchner había tenido apenas el 22% de los votos, pero Menem, viejo astuto, comprendió que en la segunda no superaría el 24% que ya había recaudado: las elecciones eran, sobre todo, un plebiscito por su continuidad. O sea que Kirchner ganó por defección en unos comicios donde, como viene sucediendo desde hace años, había que elegir a un peronista y otro peronista.

Quiso la casualidad que yo me encontrase esos días en Buenos Aires, en compañía de mi amigo Jaime Naifleisch, y asistiéramos a la toma de posesión y al primer discurso presidencial. El primer viaje del nuevo presidente al exterior fue a España y el entonces embajador, Abel Posse, hizo una reunión de "notables" argentinos en la sede diplomática, de modo que volví a verle, esta vez en distancia corta y con su inefable esposa, y hasta tuve la ocasión de cambiar cuatro palabras con él. No me pareció lo peor que podía pasarle al país y hasta fui elogioso con él en una Tercera de ABC que ahora no encuentro y que seguramente me daría vergüenza. Creo que mi ingenuidad tuvo algo de voluntario porque después de Menem cualquier cosa era preferible. Las cotas de corrupción a las que había llegado "el Turco" daban la impresión de ser insuperables. Me equivoqué de todas todas. Ni el programa expuesto en su discurso inicial reapareció jamás, ni la podredumbre menemista era insuperable, como demostraría K muy poco después.

Los juicios a las juntas militares propiciados por Alfonsín en 1985 habían dado paso a una cierta normalidad social, que distaba de la reconciliación pero le abría paso. Hasta el ascenso de Kirchner, todos los gobiernos habían tenido, en mayor o menor proporción, antiguos militantes montoneros. Pero él les abrió las puertas a los cargos de mayor nivel y llegó al colmo con la designación al frente de Defensa de Nilda Garré, que no sólo fue relevante en la organización terrorista, sino que era la viuda de Juan Manuel Abal Medina, cuadro fundador y, por lo tanto, cuñada de Fernando Abal Medina, uno de los asesinos del general Aramburu, cuya muerte en 1970 marcó el inicio de la violencia en la Argentina. Y, como era de esperar, después de reabrir heridas en proceso de curación, K dio paso a la Memoria Histórica, a imitación del modelo español pero en peor, porque las víctimas revolucionarias y sus familias estaban ahí y querían reparaciones, es decir, dinero, que se les dio a manos llenas.

Los sindicalistas más siniestros, los Hoffa de la Argentina, con el camionero Moyano al frente, se hicieron con la vida pública argentina –y hasta se me ocurre que, con la muerte de K, adquirirán aún más poder, al no haber una oposición organizada en condiciones de gobernar–, y la proetarra Hebe de Bonafini se convirtió, al frente de su tétrico sector de Madres de Plaza de Mayo, en receptora de generosísimos subsidios oficiales.

La Argentina padeció a lo largo del siglo XX, y sobre todo a partir de 1930, año del golpe fascista –en sentido estricto– del general Uriburu, gobiernos que pueden contarse entre los peores de Occidente para sorpresa de propios y extraños, que nunca entendieron –entendimos– cómo aquello era posible en un país culto, con la tasa de analfabetismo más baja del mundo y con una librería en cada esquina de las grandes ciudades. Pero de todos los que padeció, excepción hecha del período de las juntas militares, el de este hombre que acaba de morir lleno de oro y odio fue el peor. Ni siquiera merece un análisis fino de sus políticas económicas, tan erráticas como invariablemente empobrecedoras, tan estatalistas como personalistas, y siempre improvisadas. Ni merece un análisis sociológico más allá de la estructura del poder. Se resume en delincuencia sindical y policial, reivindicación de un terrorismo en el cual ni siquiera había tenido el valor de militar, podredumbre ideológica, financiera y moral, y un autoritarismo que hizo perder sentido a la palabra democracia.

Chávez se explica por su rostro de animal vengativo –es un tiranuelo de los que profetizó Bolívar, "de todos los colores y razas"–. Kirchner, descendiente de croatas, era simplemente un hombre feo y desesperadamente codicioso –su viuda y presidente rinde idéntico tributo a la codicia– en el que costaba imaginar las raíces del odio, pero rebosaba de él, un odio generalizado a su país y sus paisanos. Pensaba ser reelegido el año próximo, en unas elecciones sangrientas. Ruego a Dios que su propósito post mortem no sea reencarnarse.

La exageración de la muerte

por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse;Gentileza: Adam Pedrini

Una cosa es sentir respeto por una muerte.

Puede sentirse eso... hasta por el deceso de un animalito, de un caballo, de un perro o de lo que sea. Queda claro hasta allí.

Pero otra cosa muy distinta, es la aceptación fácil del boato y la participación banal en los homenajes póstumos.

En suma, la complicidad con las honras fúnebres hacia alguien que, no sólo no las merece, sino que hubiese sido preferible que se quede en este mundo a rendir cuenta bien detallada de sus tropelías.

Este último pensamiento, mirado con cualquier cristal, no vulnera en absoluto el respeto por la muerte... como episodio humano aislado.

No.

Estoy diciendo aquí que las honras fúnebres son, en esencia, un camino hacia el bronce que no cualquiera debería merecer y que, tanto en su manufactura cuanto en su desarrollo, pueden inducir a una enorme confusión para escribir unas páginas de la historia con tinta falsa.

La honra fúnebre es una versión exponencial del respeto... Es una exageración ritual de los símbolos, tan explícita y abierta, que contiene la trampa ingénita de enmascarar los verdaderos merecimientos.

La famosa frase “se podía estar de acuerdo con él o no... pero fue un tipo que hizo esto o hizo aquello...”, expresa un sofisma terrible y una farsa enciclopédica... armada, sin dudas, para torcer la atención hacia los temas ideológicos.

Pues no señor. Eso es inadmisible en esos términos.

Quien esto escribe no tenía una diferencia ideológica con el muerto.

Tenia una diferencia abismal en los códigos morales.

A un ex presidente le corresponde un protocolo de formalidades en sus exequias, pero no a cualquier ex presidente... y nunca jamás el riguroso diseño de las mismas puede soslayar ni la inmoralidad ni la conductas delictivas imposibles de ser explicadas ni juzgadas.

Hay un juez... de muñecas quebradizas... que debería dar gravísimas explicaciones sobre su lenidad inaudita. Y seguramente sobre su presurosa cancelación de procesos que... ahora... le permiten respirar tranquilo por haber obliterado la justicia.

Antes de honrar a un general romano muerto quien había ganado dos batallas cruciales para el Imperio, el Senado recordó los sobornos que quiso repartir un día para lograr los favores de ese alto cuerpo y lo mandaron entonces al cementerio de los basurales que había cerca del Lago Trasimeno.

No se trata aquí de no coincidir ideológicamente con el muerto.

Se trata de las cuentas pendientes con la justicia... que el muerto deja.

Y del negro manto de mentiras que pretende tenderse sobre su partida.

Un “político de raza” como se lo rotula ahora, no fabrica las trapacerías ni propicia la cadena de traiciones plenamente abarcativas de los cuatro recintos del noveno círculo del infierno.

Un político de raza tiene, como herramienta, la nobleza... y la más pura pristinidad. No la deshonestidad, el rencor ciego y el ocultamiento vergonzante de sus vicios.

Por lo tanto, me permito disentir enérgicamente aquí, del enfoque torpe que veo extenderse por doquier en esta verdadera exageración de una muerte que... como quiera que sea debidamente respetada... no merece, en lo absoluto... mayores horizontes laudatorios ni mejores honras... que aquel basural... del Lago Trasimeno.

1 comentario:

  1. COINCIDO CASI EN TODO ,LO QUE ESTA PUBLICADO,PERO CREO QUE ESTAMOS OMITIENDO UNA PAARTE DE LA HISTORIA...CRONOLOGICANENTE...
    MAS ALLA DE MENEM,PARA QUE EL MATRIMONIO "KIRSCHNER" LLEGUEN A LA PRESIDENCIA...CONTARON CON LA AYUDA Y COMPLICIDADDEL "MATRIMONIO DUHALDE" Y ASI SEGUIMOS ,CASI CON UNA TOTAL FALTA DE "MEMORIASSS".
    TODOS ALGUNA VES ,TOMAMAMOS NUESTRA PROPIA MEDICINA(Y QUE AMARGO GUSTO SUELE TENERRR)

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