martes, 23 de marzo de 2010

Redescubriendo al ego

Gentileza: Maryly
El ego más que algo específico, es un conjunto de actitudes de nuestra personalidad, que nos hacen creer que somos el centro del universo y que merecemos lo mejor. Lo cual no estaría mal si lo creyéramos así, pensando en que somos hijos de Dios y que en nosotros habita el espíritu divino. Pero al ego propiamente tal, no le interesa esta definición, pues está más preocupado de su importancia personal ante los demás y de conseguir sus deseos sin importar mucho como ellos puedan afectar al prójimo, porque el ego es egoísta y se alimenta del orgullo, la vanidad y las falsas expectativas que tiene sobre sí mismo, porque tiene una autoestima exagerada que le impide ver su propia realidad y por tanto es incapaz de amar y de evolucionar, pues el no desea cambiar sus paradigmas, y para evolucionar es indispensable estar dispuesto al cambio y a la acción continua de renacer, porque Jesús nos dijo: “en el reino del Padre habréis de transformaros en criaturas nuevas, renacidas del espíritu, las cosas viejas deben desaparecer, he aquí que os muestro como todas las cosas se han de renovar”.

El ego se aferra los múltiples yoes de nuestra personalidad, porque los seres humanos somos de muchas maneras, dependiendo de la ocasión tenemos un yo agresivo, otro cariñoso, uno alegre otro depresivo etc. Por tanto el ego es el encargado de manifestar la personalidad con la que nos desarrollamos y desempeñamos en el día a día, pero es incapaz de manifestar la verdadera naturaleza de nuestro Ser, porque “cuando te sientes importante, pierdes energía a través del desgaste de mantener tu ego.” que es exigente e imperativo, pues es ego-ista, es decir se interesa solamente por sí mismo e ignora a los demás. Es ego-latra, se adora así mismo e ignora a sus congéneres y también es ego-céntrico pues piensa que el universo gira en torno a su persona, en el fondo todo viene siendo lo mismo: la búsqueda personal ignorando a los demás.

Pareciera que después de estas descripciones nefasta del ego, debiéramos dedicarnos a destruirlo si queremos evolucionar y llegar a la perfección que nuestro Padre nos pide. De hecho muchas religiones y filosofías trabajan en tratar de conseguirlo, sin embargo creo que eso es ir contra la corriente, porque lo queramos o no, el ego es algo que nos pertenece, algo que es intrínsico a nuestra calidad de seres humanos para quienes “la perfección es nuestra meta eterna, no nuestro origen 846”.

La espiritualidad verdadera, no ignora nada que tenga que ver con la materia, no podemos anular lo que nos pertenece y que cumple una función especial de nuestra personalidad humana, el ego sólo hace lo que tiene que hacer, ni más ni menos, se nos ha dado, como todo en el universo para que aprendamos a transmutar lo no deseado en deseado, porque “el hombre crece conscientemente desde lo material hacia lo espiritual, por la fuerza, el poder y la persistencia de sus propias decisiones”.

Esta cita es muy importante, porque a lo espiritual no se llega por lo espiritual, sino que se llega a través de la materia, porque no somos seres espirituales sino seres humanos hechos de energía y materia, por tanto para evolucionar la necesitamos, no la podemos ignorar, de allí que para un hijo de Dios “nada de lo que hace, puede ser ordinario”.

Lo que se nos pide para crecer espiritualmente es convertirnos en alquimistas y aprender a transmutar y a usar la materia como una herramienta más para conseguir la perfección, en este caso específico se trata de enseñar a nuestro ego a amoldarse y obedecer a nuestra Esencia divina que se manifiesta mediante el autodominio, porque ciertamente que “el gran hombre no es quien conquista una ciudad, ni derrota a una nación, sino el que domina su propia lengua” porque la palabra es creadora y porque quien domina su lengua está a la vez, controlando sus pensamientos y sentimientos.

Lo importante no es destruir la materia ni aprisionar o negar las emociones, sino aprender a trascenderlas, buscándoles el verdadero significado y usándolas a favor de nuestro espíritu. La sensiblería de creer que el misticismo ocasional nos puede llevar a la verdadera espiritualidad, debe ser reemplazada por la verdadera sensibilidad, esa que nace de la emotividad de nuestros sentimientos verdaderos, porque “la sensibilidad es un atributo valioso tanto para el hombre como para la mujer. Tener sensibilidad y saber responder a las necesidades de los hombres, genera una felicidad genuina y duradera, y son estas actitudes cordiales las que salvan al alma de las influencias destructoras de la ira y el rencor.”

“Aun cuando no se debe eliminar la emoción como factor en las decisiones humanas, los que quieran avanzar en la causa del Reino, no deben apelar directamente a las emociones en sus enseñanzas. Apelad directamente al espíritu divino que habita en la mente de los hombres.”

Cada vez que somos capaces de descubrir una de las múltiples caretas de nuestro ego, con las cuales actuamos como defensa personal, es porque hemos logrado despertar del sueño de la rutina y nuestra conciencia y nuestra esencia han logrado tomar el control de lo que nos pasa, porque sólo cuando logramos integrar en forma consciente nuestro ego con nuestra esencia, las vivencias toman la fuerza de experiencias de eternidad, se transforman en nuestra herencia espiritual que trascenderá nuestra muerte física y nos acompañarán en los mundos de estancia porque “en ellos, reanudarás tu capacitación intelectual y desarrollo espiritual en el nivel exacto en el que se te interrumpiera debido a la muerte.”

El ego no es inservible ni maligno, es parte de nosotros y nuestro deber como hijos de Dios es irlo descubriendo y desenmascarándolo paulatinamente, porque nos hace creer lo que en verdad no somos y en el camino evolutivo lo que se nos pide para avanzar es sinceridad y más sinceridad, con los demás, pero especialmente con nosotros mismos.

El ego es habitualmente una autoestima sobre dimensionada, pero la baja autoestima es igualmente dañina, porque tampoco es real. “Aun cuando una excesiva autoestima puede llegar a destruir la humildad y culminar en orgullo, vanidad y arrogancia, la pérdida de respeto de sí mismo lleva a menudo a una parálisis de la voluntad. Es propósito de este evangelio, restaurar el auto respeto y la autoestima en los que lo han perdido y controlarlo en los que lo tienen”

Al conocer paulatinamente las triquiñuelas de nuestro ego, lo vamos sanando de sus imperfecciones y engaños y lo podemos comenzar a usar en provecho de nuestro espíritu, porque él no siempre representa la esencia de nuestro ser, porque una gran mayoría de las veces las máscaras y los disfraces que usa los necesita para afrontar a la sociedad en que se desenvuelve.

Para encauzar y educar nuestro ego, es preciso darnos tiempo para conocernos a nosotros mismos y poder distinguir que es lo que hacemos en forma mecánica y adquirida, para poder darle a eso mismo un significado de conciencia de lo que hacemos y de lo que sentimos, rompiendo así con los paradigmas que la educación o el medio ambiente nos ha obligado a usar y manipular.

Tomar conciencia de nuestro ego, es tomar conciencia de Dios, de esa divinidad que mora en lo más íntimo de nosotros y que no desea las mentiras ni los dobleces de nuestra personalidad desvirtuada por el ego. El agua viva que Jesús nos ofrece es toda esa buena energía, toda esa belleza que está esperando brotar y expandirse en la medida que le entreguemos nuestra voluntad a nuestro Padre, porque entonces nuestra conciencia se podrá expandir más allá de lo físico.

Es tiempo de hacer un alto y darnos cuenta que no necesitamos usar las máscaras del ego, porque todo lo que deseamos y en verdad somos, está dentro de nosotros mismos. Basta de buscar las respuestas en las nuevas enseñanzas, maestros o profecías, es tiempo de escuchar ese grito que brota de nuestro interior que reclama el dejar atrás todo lo aprendido y escuchar la voz de nuestro Espíritu que está ansioso de guiarnos en forma personal, porque cada ser humano es único e irreemplazable para Dios. Integremos nuestro ego a nuestra esencia porque entonces tendremos ojos para Ver y oídos para Escuchar la voz de nuestro Padre y la de nuestros hermanos.

Basado en las enseñanzas del Libro de Urantia.

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